Voltaire: vida, obra y fechas clave

François-Marie Arouet, conocido universalmente como Voltaire, encarna como pocos el espíritu crítico, irreverente y combativo del siglo XVIII europeo. Gran polemista de su tiempo y humanista convencido, Voltaire dedicó su extensa vida y su monumental obra a combatir la intolerancia y el fanatismo religioso en todas sus formas. Su figura ha sido interpretada de múltiples maneras a lo largo de los siglos: como un espíritu indignado, ilustrado, libertino o, según algunos estudios recientes, incluso feminista para su época.

La influencia de Voltaire trasciende ampliamente el ámbito literario para adentrarse en el filosófico, político y social. Sus ideas sobre la tolerancia religiosa, la libertad de pensamiento y la crítica a las instituciones establecidas marcaron profundamente el pensamiento europeo y sentaron las bases para transformaciones sociales que llegarían tras su muerte.

Este artículo explora la vida, obra y principales contribuciones de uno de los pensadores más influyentes de la historia europea, cuyas ideas siguen resonando con fuerza en nuestro tiempo.

Orígenes y formación

François-Marie Arouet nació el 21 de noviembre de 1694 en París, en el seno de una familia burguesa acomodada. Era el último hijo de François Arouet, un próspero notario parisino, y Marie-Marguerite Daumard. Su madre falleció cuando él apenas contaba con siete años, un hecho que marcaría su infancia y primera juventud.

A pesar de ser un niño de salud frágil, el joven François-Marie mostró desde temprano una inteligencia excepcional y una memoria prodigiosa. Estas cualidades lo llevaron a destacar en sus estudios en el prestigioso colegio jesuita Louis-le-Grand de París, donde recibió una educación clásica rigurosa basada en los autores grecolatinos y desarrolló sus extraordinarias habilidades para la retórica y la filosofía.

Durante su etapa formativa, el joven Arouet entró en contacto con círculos libertinos y librepensadores que cuestionaban los dogmas religiosos y las costumbres establecidas. Su padrino, el abate de Châteauneuf, lo introdujo en estos ambientes intelectuales donde se discutían ideas heterodoxas y se leían textos prohibidos. Estas influencias tempranas contribuyeron a forjar su espíritu crítico y su rechazo a la autoridad incuestionada.

Ya en su juventud, François-Marie manifestó una clara vocación literaria, en contra de los deseos de su padre, quien deseaba que siguiera la carrera de abogado para asegurarle un futuro estable. «No se puede vivir de la literatura«, le reprochaba su progenitor, un argumento que el futuro Voltaire se encargaría de refutar a lo largo de su vida con extraordinario éxito.

Tras finalizar sus estudios, el joven Arouet comenzó a frecuentar los salones literarios y la alta sociedad parisina, donde su ingenio mordaz, su conversación brillante y sus versos satíricos le granjearon una rápida reputación. Sin embargo, su propensión a la crítica y la sátira también le atraería los primeros problemas serios con las autoridades.

Primeros conflictos y encarcelamientos

La pluma afilada de Voltaire y su tendencia a la provocación intelectual no tardaron en causarle serios problemas. En 1717, con apenas 23 años, fue encarcelado en la Bastilla acusado falsamente de haber escrito unos versos satíricos contra el Regente Felipe de Orleans. Aunque negó ser el autor de dichos versos, permaneció recluido durante once meses en la famosa prisión parisina.

Lejos de amilanarse por el castigo, el joven aprovechó su tiempo de reclusión para escribir su primera obra importante: la tragedia «Edipo«, basada en el modelo clásico pero con claras alusiones a los problemas de su época. Durante este periodo también comenzó a utilizar el seudónimo de Voltaire, un anagrama construido a partir de «AROVET LI» (Arouet El Joven, en la ortografía de la época, donde la U y la V, así como la J y la I se usaban indistintamente).

La tragedia «Edipo» fue representada en noviembre de 1718, pocos meses después de su liberación, y obtuvo un éxito moderado que marcó el inicio de su reconocimiento como dramaturgo. Este primer triunfo le permitió introducirse en nuevos círculos sociales y comenzar a labrarse una reputación literaria.

Sin embargo, su carácter impetuoso y su negativa a someterse a las convenciones sociales lo llevaron a un segundo enfrentamiento con las autoridades. En 1726, tras un altercado con el poderoso Caballero de Rohan-Chabot, quien había insultado sus orígenes burgueses, Voltaire respondió con una frase que pasaría a la historia: «Mi nombre, yo lo empiezo, y tú terminas el tuyo«. Esta réplica ingeniosa, que ponía en evidencia la decadencia de la nobleza representada por Rohan, le valió una paliza por parte de los lacayos del caballero.

Cuando Voltaire pretendió desafiar a duelo a Rohan para vengar la afrenta, la influyente familia del noble utilizó sus contactos para que el escritor fuera nuevamente encarcelado en la Bastilla mediante una lettre de cachet (orden de arresto real sin juicio). Para evitar una prolongada estancia en prisión, Voltaire aceptó el exilio a Inglaterra como alternativa, una decisión que resultaría providencial para su desarrollo intelectual.

El exilio inglés: un punto de inflexión

La estancia de Voltaire en Inglaterra entre 1726 y 1729 supuso un verdadero punto de inflexión en su pensamiento y en su visión del mundo. Durante estos años cruciales, el filósofo francés entró en contacto con un sistema político, social y cultural que contrastaba fuertemente con la Francia absolutista de Luis XV.

En Inglaterra, Voltaire descubrió una sociedad donde existía un mayor grado de libertad de expresión y tolerancia religiosa. Conoció de primera mano el funcionamiento del sistema parlamentario inglés y quedó impresionado por el respeto a las libertades civiles. Como escribiría más tarde: «Un inglés, como hombre libre, va al cielo por el camino que más le place«.

Durante su exilio, Voltaire también profundizó en el conocimiento de la ciencia y la filosofía inglesas. Estudió con fascinación las teorías de Isaac Newton sobre la física y la óptica, así como el empirismo de John Locke, cuyas ideas sobre la tolerancia y el conocimiento basado en la experiencia influirían decisivamente en su pensamiento.

Estos años de formación inglesa fueron también un periodo de intensa actividad literaria. Voltaire aprendió rápidamente el inglés y entabló amistad con importantes figuras de la cultura británica como Alexander Pope y Jonathan Swift. Comenzó a escribir en inglés y a tomar notas para lo que posteriormente se convertiría en sus «Cartas filosóficas» o «Cartas inglesas«, una obra comparativa entre Francia e Inglaterra que tendría consecuencias explosivas tras su publicación.

El contacto con la cultura inglesa provocó en Voltaire una profunda transformación intelectual y fortaleció su determinación de contribuir a la reforma de la sociedad francesa. Como él mismo escribió: «Entré en Inglaterra como Platón en Siracusa y salí de ella como se sale de una escuela de filosofía y de política«.

A su regreso a Francia en 1729, Voltaire era ya un hombre diferente, armado con nuevas ideas y determinado a convertirse en un agente de cambio social e intelectual. Esta experiencia inglesa constituye, sin duda, uno de los episodios más determinantes en la formación del pensamiento voltairiano y en su posterior influencia sobre la Ilustración francesa.

Ascenso a la fama y prosperidad

Tras regresar a Francia en 1729, Voltaire entró en una etapa de extraordinaria productividad literaria y de creciente reconocimiento público. Sus tragedias «Brutus» (1730) y «Zaïre» (1732) cosecharon un notable éxito en los escenarios parisinos, consolidando su reputación como dramaturgo de primer nivel.

Sin embargo, lo que verdaderamente distinguió a Voltaire de muchos de sus contemporáneos fue su excepcional habilidad para los negocios y las finanzas, una faceta a menudo subestimada de su polifacética personalidad. A través de inversiones inteligentes, especulaciones afortunadas y el apoyo de amigos banqueros que le enseñaron los secretos de las finanzas, Voltaire logró amasar una considerable fortuna antes de cumplir los cuarenta años.

Esta independencia económica resultó fundamental para su carrera literaria y filosófica, pues le proporcionó la libertad necesaria para escribir sin restricciones y para huir del país cuando sus obras provocaban escándalos, algo que ocurriría con frecuencia. Como él mismo afirmaba con pragmatismo: «He decidido ser libre y rico«.

La prosperidad financiera permitió a Voltaire dedicarse por completo a la escritura y abordar con mayor seguridad temas arriesgados. En este periodo, comienza a desarrollar su característico estilo satírico y su uso magistral de la ironía como herramienta para denunciar los abusos del poder y las injusticias sociales.

No obstante, el espíritu crítico y provocador de Voltaire siguió atrayéndole problemas con las autoridades. En 1734, la publicación no autorizada de sus «Cartas filosóficas» o «Cartas inglesas«, en las que comparaba favorablemente el sistema inglés con el francés, causó un auténtico escándalo. La obra fue condenada por el Parlamento de París, que ordenó que fuera quemada públicamente por el verdugo, considerándola «escandalosa, contraria a la religión, a las buenas costumbres y al respeto debido a las autoridades«.

Para evitar ser nuevamente encarcelado, Voltaire se vio obligado a abandonar precipitadamente París. Esta huida marcaría el inicio de una nueva etapa en su vida, caracterizada por frecuentes cambios de residencia y por la búsqueda de refugios seguros desde donde continuar su labor literaria y filosófica.

La marquesa de Châtelet: un amor intelectual

Tras verse forzado a abandonar París por el escándalo de las «Cartas filosóficas«, Voltaire encontró refugio en el castillo de Cirey, en Lorena, propiedad del marqués Florent-Claude du Châtelet. Allí iniciaría una de las relaciones más significativas de su vida, tanto en lo personal como en lo intelectual: su romance con Émilie du Châtelet, esposa del marqués y una de las mujeres más brillantes de su tiempo.

Gabrielle Émilie Le Tonnelier de Breteuil, marquesa de Châtelet, no era una aristócrata convencional. Matemática, física y filósofa, dominaba varios idiomas y poseía una formación científica excepcional para la época. Su inteligencia y erudición cautivaron a Voltaire, quien encontró en ella no solo una amante apasionada sino también una colaboradora intelectual de primer nivel.

Durante los quince años que duró su relación (1733-1749), Voltaire y la marquesa convirtieron el castillo de Cirey en un auténtico centro intelectual donde combinaban el estudio, la experimentación científica y la creación literaria. Juntos construyeron un laboratorio donde realizaban experimentos de física, particularmente sobre la naturaleza del fuego y la luz, y mantuvieron correspondencia con los principales científicos y filósofos europeos de la época.

Esta etapa en Cirey fue extraordinariamente fructífera para Voltaire. Allí escribió algunas de sus obras más importantes, como «Elementos de la filosofía de Newton» (1738), en la que divulgaba para el público francés las teorías del científico inglés. El trabajo de divulgación científica que Voltaire realizó durante este periodo fue fundamental para la introducción de las ideas newtonianas en Francia, que hasta entonces seguía dominada por el sistema cartesiano.

Por su parte, Émilie du Châtelet realizó durante estos años su obra más importante: la traducción al francés de los «Principia Mathematica» de Newton, añadiéndole comentarios y desarrollos propios. Esta traducción, que sigue siendo la única completa en francés hasta nuestros días, fue publicada póstumamente y constituyó una contribución decisiva a la ciencia francesa.

La relación entre Voltaire y la marquesa no estuvo exenta de tensiones y celos, pero se mantuvo como un vínculo profundamente intelectual hasta el final. En 1749, Émilie du Châtelet falleció tras dar a luz a los 42 años, sumiendo a Voltaire en una profunda tristeza. En una carta escrita tras la muerte de su amada, el filósofo confesaba: «He perdido la mitad de mí mismo, un alma para quien la mía estaba hecha«.

La muerte de la marquesa dejó a Voltaire desorientado y sin rumbo claro. Abandonó el castillo de Cirey y regresó brevemente a París, donde llevó una vida de cortesano. Sin embargo, su espíritu inquieto y la búsqueda de nuevos horizontes lo llevarían pronto a emprender otro viaje significativo, esta vez hacia la corte de Federico II de Prusia.

Largillierre, Nicolas de (1656-10-10 – 1746-03-20), Portrait de Voltaire (1694-1778) en 1718, 1718. Huile sur toile. Musée Carnavalet, Histoire de Paris.

La corte de Federico II

Tras la muerte de la marquesa de Châtelet, Voltaire aceptó la reiterada invitación del rey Federico II de Prusia, un monarca ilustrado que admiraba profundamente al filósofo francés y con quien había mantenido una extensa correspondencia durante años. En junio de 1750, Voltaire llegó a la corte prusiana en Potsdam, iniciando así una de las relaciones más fascinantes -y complejas- entre un intelectual y un gobernante en la historia moderna.

Federico II, conocido como «el Grande», se consideraba a sí mismo un filósofo en el trono y había creado en torno a él una corte donde las artes y las ciencias eran altamente valoradas. Ofreció a Voltaire una generosa pensión de 20.000 libras anuales, lo nombró chambelán de la corte y miembro de la Academia de Berlín, y le proporcionó apostramentos en el palacio de Sanssouci.

Los primeros meses en Prusia fueron idílicos para Voltaire. Como él mismo escribió en una carta: «Cien cincuenta mil soldados victoriosos, ningún procurador, ópera, comedia, filosofía, poesía, un héroe que es filósofo y poeta, grandeza y gracias, granaderos y musas, trompetas y violines, comidas de Platón, sociedad y libertad. ¿Quién lo creería?«.

Durante las famosas cenas filosóficas en Sanssouci, Voltaire y Federico debatían sobre literatura, filosofía y política en un ambiente de aparente igualdad intelectual. El rey, que escribía poesía en francés, sometía sus versos al juicio crítico de Voltaire, quien no escatimaba correcciones y sugerencias.

Sin embargo, esta relación idílica no tardó en deteriorarse. La personalidad autocrática de Federico chocaba frecuentemente con el espíritu independiente de Voltaire. El rey esperaba que el filósofo se dedicara principalmente a corregir sus obras y a embellecer su corte con su presencia, mientras que Voltaire aspiraba a mantener su libertad creativa e intelectual.

El punto de ruptura llegó con la disputa con Maupertuis, presidente de la Academia de Berlín y antiguo amigo de Voltaire. Las diferencias científicas y personales entre ambos llevaron a Voltaire a escribir una demoledora sátira titulada «Diatribe del doctor Akakia«, donde ridiculizaba las teorías de Maupertuis. A pesar de que Federico había prohibido expresamente su publicación, Voltaire logró imprimirla clandestinamente, provocando la ira del monarca prusiano.

La situación se volvió insostenible cuando Federico ordenó que el panfleto fuera quemado públicamente por el verdugo y sometió a Voltaire a una semi-detención domiciliaria. El filósofo comprendió entonces que su tiempo en Prusia había terminado y comenzó a planificar su salida, que no resultaría sencilla.

En marzo de 1753, tras múltiples tensiones y humillaciones, Voltaire consiguió finalmente abandonar Prusia, no sin antes ser detenido en Frankfurt por orden de Federico, quien exigía la devolución de un libro de poemas suyos y de la llave de chambelán. Este desagradable episodio dejó un sabor amargo en ambos, aunque años después reanudarían su correspondencia, manteniendo una relación epistolar hasta la muerte de Voltaire.

A sus sesenta años, después de la experiencia prusiana, Voltaire necesitaba encontrar un lugar donde establecerse con seguridad y continuar su labor intelectual sin interferencias. Su siguiente destino cambiaría definitivamente el curso de su vida y consolidaría su papel como el patriarca filosófico de Europa.

Los años en Ferney: el patriarca filósofo

Tras abandonar Prusia, Voltaire pasó un período de incertidumbre buscando un lugar donde establecerse permanentemente. Ni París ni Berlín eran ya opciones seguras para él, y su estatus de exiliado lo hacía vulnerable a los cambios políticos. Después de una breve estancia en Colmar y de alojarse temporalmente en Ginebra, Voltaire adquirió en 1755 una propiedad llamada «Les Délices» cerca de la ciudad suiza, donde pensaba establecerse definitivamente.

Sin embargo, pronto surgieron tensiones con las autoridades calvinistas de Ginebra, especialmente cuando Voltaire intentó organizar representaciones teatrales en su propiedad, una actividad considerada inmoral por los estrictos protestantes ginebrinos. Estas dificultades lo llevaron a buscar un lugar donde pudiera gozar de mayor independencia.

La solución llegó en 1759, cuando adquirió el castillo de Ferney, una propiedad situada estratégicamente en territorio francés pero a escasos kilómetros de la frontera con Suiza, lo que le proporcionaba una conveniente vía de escape en caso de problemas con las autoridades francesas. Como él mismo explicó con humor: «Cuando me molesta el rey de Francia, me retiro al territorio de Ginebra; cuando me incomoda el de Ginebra, me instalo en Francia«.

Ferney se convertiría en el hogar definitivo de Voltaire durante los últimos 20 años de su vida y en el centro desde donde ejercería su enorme influencia sobre la cultura europea. Allí, acompañado por su sobrina y amante Marie-Louise Denis, Voltaire transformó un pueblo decadente de apenas 150 habitantes en una próspera comunidad de más de 1.200 personas.

El filósofo se convirtió en un auténtico señor feudal ilustrado, impulsando el desarrollo económico local mediante la introducción de nuevas industrias como la relojería y la fabricación de seda, construyendo viviendas para los trabajadores, fundando escuelas y proporcionando asistencia médica gratuita. Como afirmaba con orgullo: «He construido más casas que escrito libros«.

Desde Ferney, Voltaire mantuvo una impresionante red de correspondencia con monarcas, aristócratas, científicos, escritores y filósofos de toda Europa. Se calcula que escribió más de 15.000 cartas a unos 1.800 corresponsales diferentes, convirtiendo su castillo en un auténtico centro neurálgico del pensamiento ilustrado europeo.

La residencia de Ferney se transformó en un destino de peregrinación para intelectuales, artistas y aristócratas de toda Europa, que acudían a rendir homenaje al «Patriarca» o «Rey Voltaire», como era conocido. Entre sus visitantes se contaron figuras como James Boswell, Edward Gibbon, el príncipe de Ligne y muchos otros que dejaron testimonio de la hospitalidad de Voltaire y de su conversación brillante y mordaz.

Esta etapa final de su vida fue también una de las más productivas desde el punto de vista literario y filosófico. En Ferney escribió algunas de sus obras más importantes, como «Cándido» (1759), el «Tratado sobre la tolerancia» (1763), el «Diccionario filosófico» (1764) y «El ingenuo» (1767), además de numerosos panfletos, ensayos y cartas abiertas en los que defendía causas como la tolerancia religiosa y la reforma del sistema judicial.

Fue precisamente desde Ferney donde Voltaire libró algunas de sus batallas más significativas contra la intolerancia y la injusticia, como la defensa de Jean Calas y otras víctimas de la intolerancia religiosa, que le valdrían el reconocimiento como defensor de los derechos humanos avant la lettre.

La lucha por la justicia: el caso Calas

Entre las muchas batallas que Voltaire libró desde su retiro en Ferney, ninguna ilustra mejor su compromiso con la justicia y la tolerancia religiosa que su implicación en el caso de Jean Calas. Este episodio, que comenzó en 1761, marcó un antes y un después en la lucha contra el fanatismo religioso en Francia y consolidó la reputación de Voltaire como defensor de las víctimas de la injusticia.

Jean Calas era un comerciante protestante de Toulouse que fue acusado de haber asesinado a su hijo Marc-Antoine para evitar que se convirtiera al catolicismo. En realidad, el joven se había suicidado, pero en un clima de intenso prejuicio anti-protestante, las autoridades locales y la multitud exaltada asumieron rápidamente la culpabilidad del padre.

Tras un juicio plagado de irregularidades, Calas fue condenado a muerte sin pruebas concluyentes. El 10 de marzo de 1762, a los 64 años, fue sometido al suplicio de la rueda, una forma particularmente brutal de ejecución que consistía en romper los huesos del condenado antes de dejarlo morir lentamente. A pesar de la tortura, Calas proclamó su inocencia hasta el final.

Cuando Voltaire tuvo conocimiento del caso, varios meses después de la ejecución, quedó profundamente conmocionado. A pesar de no conocer personalmente a la familia Calas, decidió investigar el asunto por su cuenta. Como escribió a un amigo: «Esta aventura me conmueve hasta el fondo del alma. Soy hombre antes que francés, o que católico«.

Voltaire entró en contacto con la viuda y los hijos de Calas, que habían huido a Ginebra, y quedó convencido de la inocencia del ejecutado. A partir de ese momento, dedicó enormes energías y recursos a conseguir la revisión del juicio y la rehabilitación de la memoria de Jean Calas.

Durante tres años, Voltaire orquestó una impresionante campaña de opinión pública a favor de los Calas. Movilizó sus contactos en la corte y en los círculos influyentes, escribió decenas de cartas a personalidades relevantes, financió a los abogados de la familia y, sobre todo, publicó en 1763 su demoledor «Tratado sobre la tolerancia con motivo de la muerte de Jean Calas«, una obra que trascendía el caso particular para convertirse en un alegato universal contra el fanatismo religioso.

En este tratado, Voltaire no solo denunciaba la injusticia cometida contra Calas, sino que desarrollaba una argumentación más amplia sobre la necesidad de la tolerancia religiosa como base para una sociedad civilizada. La obra, aunque prohibida oficialmente, circuló ampliamente y contribuyó a crear un clima de opinión favorable a la revisión del caso.

Finalmente, el 9 de marzo de 1765, exactamente tres años después del juicio inicial, el Consejo del Rey anuló la sentencia contra Calas y ordenó su rehabilitación póstuma. La familia recibió una indemnización del rey Luis XV, y el funcionario municipal de Toulouse que había contribuido a montar las falsas acusaciones fue destituido.

Este triunfo, que Voltaire consideró uno de los más importantes de su vida, tuvo un impacto considerable en la opinión pública francesa y contribuyó significativamente a la causa de la reforma judicial. Como escribió el filósofo tras conocer la rehabilitación de Calas: «La razón acaba de ganar un gran proceso… Esta es una época que hará honor a Francia y a la filosofía. La razón puede hacer mucho bien«.

El caso Calas no fue el único en el que Voltaire intervino desde Ferney. También dedicó sus esfuerzos a defender a otras víctimas de la intolerancia religiosa y de los abusos judiciales, como el protestante Pierre-Paul Sirven, falsamente acusado del asesinato de su hija; el caballero de La Barre, ejecutado en 1766 por blasfemia tras no haberse descubierto ante una procesión religiosa; o Thomas-Arthur de Lally, condenado injustamente por traición.

Estas intervenciones consolidan la figura de Voltaire no solo como un brillante literato o filósofo teórico, sino como un activista práctico comprometido con la lucha contra la injusticia. Sus campañas por la revisión de sentencias injustas y su uso estratégico de la opinión pública lo convierten en un precursor de los modernos defensores de los derechos humanos.

Obra literaria: diversidad y compromiso

La producción literaria de Voltaire destaca tanto por su extraordinaria diversidad como por su calidad excepcional. A lo largo de su dilatada carrera, que abarca más de seis décadas, el filósofo cultivó prácticamente todos los géneros literarios existentes en su época, desde la tragedia clásica hasta el cuento filosófico, pasando por la poesía épica, el ensayo histórico, el panfleto político y la correspondencia.

Esta versatilidad, poco común incluso en su tiempo, refleja no solo su talento literario sino también su concepción de la literatura como un vehículo para la transmisión de ideas y para la transformación social. Para Voltaire, la belleza formal debía estar al servicio del pensamiento crítico y la lucha contra el fanatismo y la superstición.

Teatro y poesía

Voltaire comenzó su carrera literaria como dramaturgo, siguiendo la tradición clásica francesa establecida por Racine y Corneille. Su primera tragedia, «Edipo» (1718), escrita durante su primer encarcelamiento en la Bastilla, fue seguida por numerosas obras teatrales como «Brutus» (1730), «Zaïre» (1732), «Mérope» (1743) o «Tancredo» (1760).

Aunque hoy sus tragedias no se representan con frecuencia, en su época alcanzaron un enorme éxito y contribuyeron decisivamente a su reputación literaria. El teatro era para Voltaire no solo un medio de expresión artística sino también una tribuna desde la cual propagar sus ideas sobre la libertad, la justicia y la crítica a la tiranía.

Como poeta, Voltaire alcanzó la consagración con «La Henriada» (1723), un poema épico sobre Enrique IV de Francia que exaltaba la tolerancia religiosa y se convirtió en un éxito de ventas en toda Europa. También escribió numerosos poemas satíricos, como «El Mundano» (1736) o «La Pucela de Orleans» (un irreverente poema sobre Juana de Arco que le causó numerosos problemas con la censura).

Historia y ensayo

Voltaire realizó importantes contribuciones a la historiografía con obras como «Historia de Carlos XII» (1731), «El siglo de Luis XIV» (1751) o «Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones» (1756). En estos trabajos, Voltaire se alejaba de la historia puramente política o militar para interesarse por la evolución de las costumbres, las artes, las ciencias y el comercio, anticipando así enfoques historiográficos que se desarrollarían plenamente en siglos posteriores.

Su «Diccionario filosófico» (1764), organizado en forma de artículos ordenados alfabéticamente, constituye una de sus obras más influyentes. En él, Voltaire aborda de manera concisa y a menudo irónica temas como la religión, la moral, la política o la metafísica, ofreciendo una visión crítica de las instituciones y creencias de su tiempo.

Cuentos filosóficos

Quizás el género donde Voltaire alcanzó mayor perfección fue el del cuento filosófico, una forma literaria que le permitía combinar la narración entretenida con la reflexión profunda. Sus relatos como «Zadig o el destino» (1748), «Micromégas» (1752), «Cándido o el optimismo» (1759) o «El ingenuo» (1767) constituyen brillantes ejemplos de cómo la literatura puede tratar cuestiones filosóficas complejas de manera accesible y amena.

En estos cuentos, Voltaire utiliza la ficción como un laboratorio para poner a prueba ideas filosóficas y para criticar, a través de la sátira y la ironía, los abusos sociales, políticos y religiosos de su tiempo. Sus personajes, a menudo ingenuos o extranjeros, permiten al autor presentar una mirada fresca sobre las convenciones y absurdos de la sociedad europea.

Panfletos y correspondencia

Los panfletos de Voltaire, muchos de ellos publicados anónimamente para evitar la censura, constituyen algunas de sus intervenciones más directas en las polémicas de su tiempo. Obras como «Tratado sobre la tolerancia» (1763) o las múltiples «Cartas» que dirigió a diversas personalidades sobre temas de actualidad muestran a un Voltaire comprometido con las causas de su época y dispuesto a utilizar su pluma como un arma de combate intelectual.

Finalmente, su voluminosa correspondencia (más de 15.000 cartas conservadas) constituye un documento excepcional no solo sobre su personalidad y su pensamiento, sino también sobre la vida intelectual, cultural y política del siglo XVIII europeo. A través de estas cartas, dirigidas a corresponsales de toda Europa, desde reyes y príncipes hasta filósofos, científicos y amigos personales, Voltaire tejió una vasta red de influencia que le valió el apelativo de «rey Voltaire».

Las principales obras de Voltaire

A continuación, se presenta una lista de las obras más significativas de Voltaire, ordenadas cronológicamente:

  • Edipo (1718) – Tragedia
  • La Henriada (1723) – Poema épico
  • Historia de Carlos XII (1731) – Obra histórica
  • Zaïre (1732) – Tragedia
  • Cartas filosóficas o Cartas inglesas (1734) – Ensayo
  • Elementos de la filosofía de Newton (1738) – Divulgación científica
  • Mérope (1743) – Tragedia
  • Zadig o el destino (1748) – Cuento filosófico
  • El siglo de Luis XIV (1751) – Obra histórica
  • Micromégas (1752) – Cuento filosófico
  • Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones (1756) – Obra histórica
  • Cándido o el optimismo (1759) – Cuento filosófico
  • Tratado sobre la tolerancia (1763) – Ensayo
  • Diccionario filosófico (1764) – Obra de referencia
  • El ingenuo (1767) – Cuento filosófico
  • Cuestiones sobre la Enciclopedia (1770-1774) – Obra de referencia

Cándido: la obra maestra de Voltaire

Entre la vasta producción literaria de Voltaire, su cuento filosófico «Cándido o el optimismo«, publicado anónimamente en enero de 1759, ocupa un lugar privilegiado. Esta obra, que ha sido traducida a prácticamente todos los idiomas y sigue siendo ampliamente leída y estudiada en todo el mundo, constituye quizás la expresión más perfecta del genio literario y filosófico de Voltaire.

«Cándido» fue escrito en un momento crucial de la vida de Voltaire. A sus 65 años, ya instalado en Ferney, el filósofo acababa de sufrir la decepción de su experiencia en la corte de Federico II y había presenciado las devastaciones de la Guerra de los Siete Años. Además, Europa aún se recuperaba del impacto del terremoto de Lisboa de 1755, una catástrofe natural que había sacudido profundamente la conciencia europea y puesto en cuestión la idea de un mundo perfectamente ordenado por la Providencia.

En este contexto, Voltaire concibió «Cándido» como una respuesta al optimismo filosófico de Gottfried Wilhelm Leibniz y Alexander Pope, quienes sostenían que vivimos en «el mejor de los mundos posibles» y que «todo está bien» en el plan divino, incluso los males aparentes que no podemos comprender desde nuestra limitada perspectiva humana.

La ironía está presente desde el propio título de la obra: «Cándido o el optimismo«, que se presenta como una supuesta traducción de escritos del «Doctor Ralph», quien no es otro que el propio Voltaire. El protagonista, Cándido, cuyo nombre sugiere ingenuidad e inocencia (del latín candidus), es un joven de buena fe que cree fácilmente lo que le dicen, especialmente las enseñanzas de su preceptor, el filósofo Pangloss, una caricatura de Leibniz.

La trama de «Cándido» es una sucesión vertiginosa de desventuras y calamidades. El joven protagonista es expulsado del castillo de Thunder-ten-tronckh en Westfalia (un paraíso terrestre según su visión inicial) por haber besado a Cunegunda, la hija del barón. A partir de ese momento, Cándido se ve arrojado a un mundo hostil donde experimentará o presenciará prácticamente todas las formas posibles de sufrimiento humano: guerras, terremotos, naufragios, la Inquisición, enfermedades, esclavitud y traiciones.

A lo largo de este viaje por un mundo de horrores, que lo lleva desde Europa hasta América y de vuelta, pasando por el legendario El Dorado (una utopía que funciona como contraste con la realidad), Cándido va perdiendo gradualmente su ingenua confianza en las teorías optimistas de Pangloss. La acumulación de desgracias resulta tan abrumadora que ni siquiera el infatigable optimismo de su mentor puede resistir la evidencia.

Lo que hace de «Cándido» una obra maestra no es solo su devastadora crítica a una filosofía que justificaba el sufrimiento como parte necesaria del plan divino, sino también su extraordinaria construcción narrativa. Voltaire despliega un ritmo frenético, con episodios que se suceden sin respiro, y un humor negro que transforma las situaciones más terribles en escenas de comedia macabra.

El lenguaje de «Cándido» es otro de sus grandes aciertos. Voltaire utiliza un estilo aparentemente sencillo y directo que contrasta irónicamente con la gravedad de los temas tratados. Esta simplicidad engañosa esconde en realidad una construcción literaria extremadamente sofisticada, llena de alusiones, juegos de palabras y dobles sentidos que revelan toda su riqueza en una lectura atenta.

A través de su protagonista y de los personajes que lo acompañan (como el propio Pangloss, la bella Cunegunda, el pesimista Martín o el desilusionado Cacambo), Voltaire ofrece un amplio panorama de respuestas filosóficas posibles ante el problema del mal y el sufrimiento en el mundo. La obra no solo critica el optimismo ingenuo sino también otras posturas filosóficas como el pesimismo radical o el escepticismo.

El desenlace de «Cándido» es quizás su aportación más significativa a la filosofía práctica. Tras todas sus peripecias, el protagonista y sus compañeros terminan estableciéndose en una pequeña granja a orillas del Bósforo, donde llevan una vida modesta basada en el trabajo. La famosa conclusión «hay que cultivar nuestro jardín» ha sido objeto de numerosas interpretaciones, pero generalmente se entiende como una invitación a abandonar las especulaciones metafísicas estériles para centrarse en la acción práctica y en la mejora de nuestro entorno inmediato.

Esta filosofía del trabajo y la acción limitada pero eficaz representaba para Voltaire una alternativa tanto al optimismo ingenuo como a la desesperación. No podemos resolver todos los males del mundo ni comprenderlos dentro de un sistema metafísico coherente, pero podemos trabajar para mejorar nuestra pequeña parcela de realidad.

«Cándido» fue un éxito inmediato, a pesar (o quizás gracias a) su prohibición en numerosos países. Se publicaron veinte ediciones durante la vida de Voltaire, y la obra se convirtió rápidamente en un clásico de la literatura universal. Su influencia se extiende hasta nuestros días, no solo en la literatura sino también en otras formas artísticas, como lo demuestra la célebre opereta de Leonard Bernstein basada en el cuento de Voltaire.

Voltaire y la Ilustración

Voltaire es considerado, junto con Montesquieu, Diderot y Rousseau, uno de los pilares fundamentales de la Ilustración francesa, el movimiento intelectual y cultural que dominó Europa durante el siglo XVIII y que sentó las bases del mundo moderno. Su influencia en este movimiento fue tan decisiva que muchos historiadores hablan del «Siglo de Voltaire» para referirse a esta época.

La Ilustración, conocida en Francia como «Lumières» (Luces), se caracterizó por su confianza en la razón humana como instrumento para combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía. Los ilustrados aspiraban a disipar las tinieblas de la humanidad mediante la luz del conocimiento y la razón. Como escribió Kant en su famoso ensayo «¿Qué es la Ilustración?», se trataba de «la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad».

Voltaire encarnó como pocos este ideal ilustrado de lucha contra el oscurantismo. Toda su obra está atravesada por la convicción de que el conocimiento debe ser accesible a todos y que la difusión del saber es la mejor arma contra los prejuicios y las injusticias. Su lema personal, «Écrasez l’infâme» («Aplastad al infame»), resumía su combate contra el fanatismo religioso y todas las formas de opresión intelectual.

A diferencia de otros ilustrados como Diderot o D’Alembert, que concentraron sus esfuerzos en la monumental «Enciclopedia«, Voltaire optó por una estrategia más diversificada. Utilizó todos los géneros literarios a su alcance -desde la tragedia hasta el panfleto, pasando por el cuento filosófico y el ensayo histórico- para difundir sus ideas y llegar a públicos diferentes. Esta versatilidad contribuyó enormemente a la popularización del pensamiento ilustrado más allá de los círculos intelectuales.

Las principales contribuciones de Voltaire al pensamiento ilustrado se pueden resumir en varios puntos:

Defensa de la tolerancia religiosa

Aunque Voltaire fue un crítico implacable de los abusos y supersticiones religiosas, nunca abogó por el ateísmo. Su posición personal oscilaba entre el deísmo (la creencia en un Dios creador que no interviene en los asuntos humanos) y un agnosticismo práctico. Lo que rechazaba visceralmente era el fanatismo religioso y la pretensión de cualquier iglesia de poseer la verdad absoluta.

Su frase más célebre sobre este tema: «No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo» (aunque realmente fue formulada por su biógrafa Evelyn Beatrice Hall como síntesis de su pensamiento), resume perfectamente su posición sobre la libertad de pensamiento y expresión.

Su «Tratado sobre la tolerancia» (1763), escrito a raíz del caso Calas, constituye uno de los alegatos más poderosos jamás escritos en favor de la libertad de conciencia y contra la persecución religiosa. En él, Voltaire argumenta que la diversidad de creencias es inevitable en cualquier sociedad y que la coexistencia pacífica entre diferentes religiones no solo es posible sino deseable.

Crítica a las instituciones establecidas

Voltaire dirigió sus críticas más aceradas contra tres pilares fundamentales del Antiguo Régimen: la monarquía absoluta, la aristocracia hereditaria y la Iglesia católica. Aunque nunca fue un revolucionario en el sentido moderno (de hecho, admiraba el modelo constitucional inglés y la figura del «déspota ilustrado»), sus escritos contribuyeron a socavar los fundamentos ideológicos de estas instituciones.

En obras como las «Cartas filosóficas» o los artículos de su «Diccionario filosófico«, Voltaire cuestiona el origen divino del poder monárquico, ridiculiza los privilegios injustificados de la nobleza y denuncia la corrupción y el dogmatismo eclesiástico. Sus sátiras sobre estos temas, aunque a menudo expresadas con cautela para evitar la censura, fueron minando progresivamente el respeto hacia estas instituciones en la opinión pública ilustrada.

Defensa del progreso y la ciencia

Voltaire fue un entusiasta defensor del progreso científico y técnico como motor de mejora de la condición humana. Su obra «Elementos de la filosofía de Newton» (1738) contribuyó decisivamente a la difusión de las teorías newtonianas en Francia, hasta entonces dominada por el sistema cartesiano.

A diferencia de Rousseau, quien veía aspectos negativos en el progreso de las ciencias y las artes, Voltaire mantuvo siempre una visión optimista sobre las posibilidades de la razón y la ciencia para mejorar la sociedad. Su estancia en Inglaterra le había mostrado cómo los avances científicos podían traducirse en mejoras prácticas para la vida cotidiana.

Esta confianza en el progreso no le impedía, sin embargo, reconocer los límites del conocimiento humano. En cuentos como «Micromégas» o «Cándido«, Voltaire ironiza sobre la pretensión humana de comprenderlo todo y advierte contra los excesos del racionalismo dogmático.

Compromiso con la justicia

Quizás la faceta más admirable de Voltaire como ilustrado fue su compromiso práctico con la lucha contra las injusticias de su tiempo. No se contentó con denunciar los abusos en términos generales, sino que se implicó personalmente en casos concretos como los de Calas, Sirven o el caballero de La Barre.

Estas intervenciones, que anticipan el rol del intelectual comprometido que se desarrollaría plenamente en los siglos XIX y XX, demuestran que para Voltaire la Ilustración no era solo un ejercicio teórico sino un proyecto práctico de transformación social. Su objetivo no era solo cambiar las ideas sino también, a través de ellas, cambiar la realidad.

La influencia de Voltaire en el movimiento ilustrado fue inmensa, tanto por la calidad y diversidad de su obra como por su longevidad, que le permitió mantenerse activo durante prácticamente todo el siglo XVIII. Su correspondencia con figuras clave de la Ilustración europea, desde Federico II de Prusia hasta Catalina la Grande de Rusia, pasando por Diderot, D’Alembert y Condorcet, lo convirtió en una especie de coordinador informal del movimiento a nivel internacional.

Aunque muchos de sus contemporáneos lo superaban en profundidad filosófica o en radicalismo político, ninguno igualó su capacidad para sintetizar y difundir las ideas ilustradas en un lenguaje accesible y atractivo para amplios sectores de la sociedad. Esta habilidad para «popularizar» la Ilustración, sin vulgarizarla, constituye quizás su mayor contribución al movimiento.

Últimos años y legado

Los últimos años de la vida de Voltaire estuvieron marcados por una paradójica combinación de reconocimiento público y exilio voluntario. Desde su retiro en Ferney, el filósofo seguía ejerciendo una enorme influencia sobre la opinión pública europea a través de sus escritos y su vasta correspondencia. Aunque oficialmente seguía siendo persona non grata en París, su prestigio era tal que incluso la corte de Luis XV y luego la de Luis XVI lo trataban con respeto a distancia.

En febrero de 1778, a los 83 años, Voltaire decidió regresar a París tras casi 28 años de ausencia. El motivo principal era asistir al estreno de su última tragedia, «Irene«, pero también sentía la necesidad de visitar por última vez la capital antes de morir. Su regreso se convirtió en un auténtico acontecimiento: multitudes entusiastas lo aclamaron por las calles y los salones parisinos se disputaban su presencia.

El 30 de marzo de 1778, Voltaire asistió a una sesión de la Academia Francesa, donde fue recibido triunfalmente por sus colegas académicos. Ese mismo día, acudió a la Comédie-Française para la sexta representación de «Irene«. El público lo ovacionó y los actores coronaron su busto en el escenario en una escena de apoteosis sin precedentes.

Este regreso glorioso a París fue, sin embargo, demasiado agotador para el anciano filósofo. Enfermo y debilitado por las emociones y el ritmo frenético de compromisos sociales, Voltaire murió el 30 de mayo de 1778 en París, a la edad de 83 años. Según algunos testimonios, sus últimas palabras al sacerdote que le pedía que renunciara a Satanás fueron: «No es momento de hacerse nuevos enemigos«.

La Iglesia católica, contra la que Voltaire había luchado toda su vida, le negó el entierro en suelo consagrado. Su sobrino, el abate Mignot, tuvo que trasladar apresuradamente el cuerpo a la abadía de Scellières, cerca de Troyes, donde el filósofo recibió sepultura gracias a la complicidad del abad local.

Trece años después, en plena Revolución Francesa, la Asamblea Nacional decidió honrar a Voltaire como uno de los padres intelectuales de la Revolución. El 11 de julio de 1791, sus restos fueron exhumados y trasladados solemnemente al Panteón de París, convertido por entonces en mausoleo de los «grandes hombres» de Francia. Una impresionante procesión acompañó el cortejo fúnebre, que recorrió las calles de París ante una multitud entusiasta.

El epitafio colocado en su tumba en el Panteón resume así la contribución de Voltaire a la humanidad: «Luchó contra ateos y fanáticos. Inspiró tolerancia, exigió derechos humanos contra la servidumbre del feudalismo. Poeta, historiador, filósofo, agrandó el espíritu humano y le enseñó a ser libre«.

El legado de Voltaire

El legado intelectual y moral de Voltaire ha trascendido ampliamente su época y sigue siendo relevante en el mundo contemporáneo. Entre sus principales aportaciones duraderas podemos destacar:

  1. Defensa de la libertad de expresión y pensamiento: La lucha de Voltaire contra la censura y por el derecho a expresar ideas heterodoxas sigue siendo un pilar fundamental de las sociedades democráticas modernas.
  2. Promoción de la tolerancia religiosa: Su crítica al fanatismo y su defensa de la coexistencia pacífica entre diferentes credos anticipa los principios de laicidad y libertad religiosa que caracterizan a los estados modernos.
  3. Compromiso con la justicia: Su implicación en casos como el de Jean Calas establece un precedente para el papel del intelectual comprometido con causas justas y anticipa la noción moderna de derechos humanos.
  4. Divulgación del conocimiento: Su esfuerzo por hacer accesibles ideas complejas a un público amplio, utilizando un lenguaje claro y a menudo el humor y la ironía, lo convierte en un precursor de la divulgación científica y filosófica moderna.
  5. Crítica al poder absoluto: Su cuestionamiento de la monarquía absoluta y de los privilegios injustificados contribuyó a la evolución hacia sistemas políticos más participativos y basados en el mérito.

Voltaire ha sido interpretado de maneras muy diferentes a lo largo de la historia, desde quienes lo ven como un revolucionario avant la lettre hasta quienes lo consideran un reformista moderado. Lo cierto es que su pensamiento es lo suficientemente rico y complejo como para resistir interpretaciones simplistas.

La Revolución Francesa, que estalló once años después de su muerte, lo reivindicó como uno de sus precursores intelectuales, aunque es dudoso que Voltaire hubiera aprobado algunos de los excesos revolucionarios, especialmente durante el Terror. Más que un revolucionario, Voltaire fue un reformista que creía en la posibilidad de mejorar gradualmente la sociedad a través de la educación, la razón y la influencia sobre los gobernantes.

En los siglos XIX y XX, la figura de Voltaire siguió siendo objeto de controversia. Los conservadores y religiosos lo atacaron como un destructor de valores tradicionales, mientras que los progresistas lo celebraban como un campeón de la libertad. Esta polarización refleja la fuerza perdurable de sus ideas y su capacidad para seguir provocando debate.

Hoy, en un mundo donde la intolerancia religiosa, el fanatismo y la restricción de libertades siguen siendo problemas acuciantes, el legado de Voltaire mantiene toda su vigencia. Su célebre consejo de «cultivar nuestro jardín» al final de «Cándido» -una invitación a la acción concreta más que a la especulación vana- puede interpretarse como una llamada al compromiso práctico con la mejora de nuestro entorno, sin caer ni en el optimismo ingenuo ni en el pesimismo paralizante.

Como escribió Víctor Hugo: «Voltaire no fue un hombre, fue un siglo«. Un siglo que, en muchos aspectos, sigue siendo el nuestro.

Anverso de un billete de diez francos franceses con la cara de Voltaire, procedente de la segunda mitad del siglo XX.
Homenaje a Voltaire en un billete bancario francés de la segunda mitad del siglo XX. Imagen: Trisku – collection privée de Trisku

Fechas clave en la vida de Voltaire

  • 21 de noviembre de 1694: Nacimiento de François-Marie Arouet (futuro Voltaire) en París, último hijo de François Arouet, notario parisino, y Marie-Marguerite Daumard.
  • 1704-1711: Estudios en el colegio jesuita Louis-le-Grand de París, donde recibe una sólida formación clásica.
  • 1713: Enviado por su padre a estudiar derecho, Voltaire prefiere dedicarse a la literatura y frecuenta los círculos libertinos de París.
  • 16 de mayo de 1717: Primera estancia en la Bastilla, acusado falsamente de haber escrito versos satíricos contra el Regente. Durante los once meses de reclusión, escribe su primera tragedia, «Edipo», y adopta el seudónimo de Voltaire.
  • 18 de noviembre de 1718: Estreno de «Edipo» en la Comédie-Française, que marca el inicio de su reconocimiento literario.
  • 1723: Publicación de «La Henriada», poema épico sobre Enrique IV que alcanza un gran éxito.
  • 1726: Segunda estancia en la Bastilla tras su altercado con el Caballero de Rohan. Es liberado con la condición de exiliarse a Inglaterra.
  • 1726-1729: Exilio en Inglaterra, donde descubre las teorías de Newton, la filosofía de Locke y el sistema político inglés. Estas experiencias tendrán una influencia decisiva en su pensamiento.
  • 1731: Publicación de «Historia de Carlos XII», su primera obra histórica importante.
  • 1733: Inicio de su relación con la marquesa Émilie du Châtelet. Se instala con ella en el castillo de Cirey, en Lorena.
  • 1734: Publicación de las «Cartas filosóficas» o «Cartas inglesas», que causan escándalo y son condenadas por las autoridades. Voltaire debe huir de París.
  • 1738: Publicación de «Elementos de la filosofía de Newton», obra de divulgación científica.
  • 1745: Nombrado historiógrafo del rey Luis XV.
  • 1746: Elegido miembro de la Academia Francesa tras varios intentos fallidos.
  • 1749: Muerte de la marquesa de Châtelet, que afecta profundamente a Voltaire.
  • 1750-1753: Estancia en la corte de Federico II de Prusia en Potsdam. La relación con el rey prusiano se deteriora progresivamente.
  • 1752: Publicación de «El siglo de Luis XIV», obra histórica.
  • 1755: Se instala en «Les Délices», cerca de Ginebra.
  • 1759: Adquisición del castillo de Ferney, cerca de la frontera suiza, que será su residencia definitiva. Publicación de «Cándido o el optimismo», considerada su obra maestra.
  • 1760: Adopción de su sobrina-nieta Marie-Louise Corneille, descendiente del dramaturgo Pierre Corneille.
  • 1761: Voltaire se entera del caso de Jean Calas e inicia su campaña para rehabilitar su memoria.
  • 1763: Publicación del «Tratado sobre la tolerancia con motivo de la muerte de Jean Calas», uno de sus alegatos más poderosos contra el fanatismo religioso.
  • 1764: Publicación del «Diccionario filosófico», obra que recopila en forma de artículos alfabéticos sus ideas sobre religión, política, moral y sociedad.
  • 9 de marzo de 1765: Rehabilitación póstuma de Jean Calas, un triunfo personal para Voltaire.
  • 1766: El caballero de La Barre es ejecutado por blasfemia. Voltaire denuncia este caso como otro ejemplo de fanatismo religioso.
  • 1767: Publicación de «El ingenuo», cuento filosófico que critica las convenciones sociales.
  • 1770-1774: Publicación de «Cuestiones sobre la Enciclopedia», otra gran obra de síntesis de su pensamiento.
  • 1770: Inicio de la campaña «Écrasez l’infâme» (Aplastad al infame), lema con el que Voltaire resumía su lucha contra el fanatismo y la superstición.
  • Febrero de 1778: Regreso triunfal a París después de casi 28 años de ausencia.
  • 30 de marzo de 1778: Asiste a una sesión de la Academia Francesa y a la representación de su tragedia «Irene» en la Comédie-Française, donde es aclamado por el público.
  • 30 de mayo de 1778: Muerte de Voltaire en París, a los 83 años. La Iglesia le niega sepultura en suelo consagrado.
  • 11 de julio de 1791: Sus restos son trasladados solemnemente al Panteón de París, en plena Revolución Francesa, reconociéndolo como uno de los padres intelectuales del nuevo orden.

Conclusiones

La vida y obra de Voltaire representan uno de los legados intelectuales más perdurables de la cultura europea. A lo largo de sus 83 años de vida, este filósofo, dramaturgo, historiador y polemista infatigable transformó radicalmente el panorama cultural y político de su tiempo, sentando las bases para muchos de los valores que consideramos fundamentales en las sociedades democráticas contemporáneas.

La amplitud y diversidad de su producción literaria resultan asombrosas incluso para los estándares de su época. Desde la tragedia clásica hasta el cuento filosófico, pasando por la poesía, el ensayo histórico, el panfleto político y la correspondencia, Voltaire dominó con maestría prácticamente todos los géneros literarios existentes en el siglo XVIII, convirtiéndose en el escritor más leído y traducido de su tiempo.

Pero más allá de sus indudables méritos literarios, lo que distingue verdaderamente a Voltaire es su compromiso con la lucha contra la intolerancia, el fanatismo y la injusticia. A diferencia de otros intelectuales que se limitaban a la reflexión teórica, Voltaire no dudó en implicarse personalmente en casos concretos como el de Jean Calas, utilizando su prestigio y su pluma para defender a las víctimas de la arbitrariedad judicial y religiosa.

Su defensa apasionada de la libertad de pensamiento y expresión, su crítica a los abusos del poder absoluto, su promoción de la tolerancia religiosa y su confianza en el progreso racional como motor de mejora social lo convierten en una figura central de la Ilustración europea. Aunque nunca construyó un sistema filosófico completo y coherente, su influencia en la configuración del pensamiento moderno ha sido inmensa.

El estilo literario de Voltaire, caracterizado por la claridad, la ironía y un humor a menudo mordaz, contribuyó decisivamente a popularizar las ideas ilustradas entre amplios sectores de la sociedad. Su capacidad para tratar cuestiones filosóficas complejas de manera accesible y entretenida, especialmente en sus cuentos como «Cándido», demuestra su convicción de que la filosofía no debía ser un ejercicio académico abstracto sino una herramienta para la transformación social.

La vigencia del pensamiento voltairiano en el mundo contemporáneo resulta sorprendente. En una época marcada por el resurgimiento de extremismos religiosos, por amenazas a la libertad de expresión y por nuevas formas de dogmatismo, las advertencias de Voltaire contra el fanatismo y su defensa de la libertad de conciencia siguen siendo extraordinariamente actuales.

Como él mismo escribió en su «Tratado sobre la tolerancia»: «La discordia es el gran mal del género humano, y la tolerancia es su único remedio«. Esta convicción, por la que luchó incansablemente durante toda su vida, constituye quizás el núcleo de su legado más valioso y el motivo por el que, casi tres siglos después de su muerte, Voltaire sigue siendo no solo una figura histórica sino una voz necesaria para nuestro presente.

Referencias bibliográficas

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