El golpe de estado de Napoleón Bonaparte, ocurrido el 18 de Brumario del año VIII según el calendario revolucionario (9 de noviembre de 1799), representa uno de los momentos cruciales en la historia de Francia y de Europa. Este acontecimiento no sólo marca el fin del periodo revolucionario francés, sino también el comienzo de una nueva era bajo el liderazgo de una de las figuras más controvertidas y fascinantes de la historia: Napoleón Bonaparte. A través de una combinación de astucia política, apoyo militar y un contexto favorable de descontento generalizado, el joven general corso logró derrocar al Directorio, el gobierno que había dirigido Francia desde 1795, e instaurar un nuevo régimen conocido como el Consulado, que eventualmente le llevaría a convertirse en Emperador de los franceses.
El presente artículo pretende analizar en profundidad los antecedentes, desarrollo y consecuencias de este golpe de estado, centrándose específicamente en los acontecimientos que tuvieron lugar durante esos días decisivos de noviembre de 1799, sin adentrarse excesivamente en la biografía general de Napoleón o en los detalles de la Revolución Francesa que ya han sido tratados en otros artículos.
Contexto histórico: Francia en 1799
Para comprender adecuadamente el golpe de estado de Napoleón Bonaparte, es fundamental analizar la situación en que se encontraba Francia en 1799. Tras diez años de revolución, el país se hallaba sumido en una profunda crisis política, económica y social.
El Directorio: un régimen en crisis
Desde 1795, Francia estaba gobernada por el Directorio, un régimen establecido por la Constitución del Año III, que había sucedido al periodo del Terror. El Directorio estaba compuesto por cinco miembros (los directores) y dos cámaras legislativas: el Consejo de los Quinientos y el Consejo de los Ancianos. Este sistema había sido diseñado para evitar la concentración de poder que había caracterizado etapas anteriores de la Revolución.
Sin embargo, el Directorio había demostrado ser un régimen inestable y poco eficaz. Entre 1795 y 1799, tuvo que enfrentarse a múltiples amenazas:
- Conspiraciones realistas que buscaban restaurar la monarquía.
- Intentos de insurrección jacobina por parte de los elementos más radicales.
- Crisis económica con una inflación galopante.
- Corrupción generalizada en la administración.
- Guerra en el exterior contra la Segunda Coalición.
Para mantenerse en el poder, el Directorio había recurrido repetidamente a la intervención del ejército para reprimir tanto a los realistas como a los jacobinos. Esta dependencia del apoyo militar sentó un precedente peligroso que acabaría volviéndose en su contra.
La situación militar
En el frente exterior, Francia se encontraba en guerra contra la Segunda Coalición, formada por Gran Bretaña, Austria, Rusia, el Imperio Otomano y Nápoles. Tras los éxitos iniciales de las campañas napoleónicas en Italia (1796-1797) y la firma del Tratado de Campo Formio, la situación militar había empeorado considerablemente en 1799.
La ausencia de Napoleón, quien se encontraba en la campaña de Egipto desde 1798, había coincidido con importantes derrotas francesas en Italia y Alemania. No obstante, justo antes del golpe, la situación había empezado a mejorar con victorias como la de Zurich, bajo el mando del general Masséna, y la de Bergen, dirigida por el general Brune.
La crisis económica y social
La economía francesa se encontraba en un estado catastrófico. La devaluación de los assignats (papel moneda de la Revolución) había provocado una inflación descontrolada. El descontento popular era evidente: los campesinos se veían afectados por requisas y levas forzosas, mientras que en las ciudades, especialmente en París, la escasez de alimentos y el desempleo generaban un caldo de cultivo para la agitación social.
El historiador François Furet describe así la situación: «El Directorio había heredado todas las contradicciones de la Revolución sin tener la fuerza para resolverlas«. La corrupción generalizada entre los directores y su entorno contribuía al descrédito del régimen a ojos de la población.
El deseo de estabilidad
Tras años de agitación revolucionaria, amplios sectores de la sociedad francesa anhelaban estabilidad y orden. La burguesía, temerosa tanto de un retorno al Antiguo Régimen como de nuevos episodios de radicalización revolucionaria, buscaba un régimen que garantizase sus conquistas (especialmente la consolidación de la compra de bienes nacionales) sin los sobresaltos políticos de los años anteriores.
Como señala el historiador Georges Lefebvre: «La Revolución había cumplido su misión esencial al destruir el Antiguo Régimen y establecer una sociedad nueva. Ahora era necesario consolidarla y defenderla«.
Napoleón Bonaparte: ascenso y posición en 1799
Aunque no es el propósito de este artículo realizar una biografía completa de Napoleón, es importante entender su posición y prestigio en el momento del golpe de estado.
De Córcega a general de la República
Nacido en Ajaccio (Córcega) el 15 de agosto de 1769, Napoleón Bonaparte había ascendido meteóricamente en el escalafón militar durante los primeros años de la Revolución. Su primer gran éxito fue la recuperación de Tolón en 1793, seguido por la represión de la insurrección realista del 13 de Vendimiario (5 de octubre de 1795) en París, acción que le valió el nombramiento como general en jefe del Ejército del Interior.
La campaña de Italia y el creciente prestigio
El punto de inflexión en su carrera llegó con su nombramiento como comandante en jefe del Ejército de Italia en 1796. Durante esta campaña, Napoleón no sólo demostró su genio militar, sino también sus dotes políticas y propagandísticas. Sus boletines de victoria eran leídos ávidamente en París, creando una imagen de héroe nacional. Como él mismo diría más tarde: «Imaginad a un general de treinta años que en el espacio de dos años ha conquistado Italia, iluminado Egipto, aterrorizado Asia y subyugado Europa«.
Las victorias sobre los austriacos en Lodi, Arcole y Rivoli, seguidas por la firma del ventajoso Tratado de Campo Formio (1797), hicieron de Bonaparte una figura indispensable para el Directorio, que sin embargo empezaba a temer su creciente popularidad.
La expedición a Egipto y el regreso oportuno
Para alejar a Napoleón de la escena política francesa, el Directorio aprobó su plan de invadir Egipto, teóricamente para atacar los intereses británicos en Oriente, pero también para mantenerlo distante de París. La campaña, iniciada en mayo de 1798, tuvo resultados mixtos: victorias terrestres como la Batalla de las Pirámides, pero también el desastre naval de Aboukir, donde la flota francesa fue destruida por Nelson, dejando al ejército de Napoleón aislado en Egipto.
Aprovechando la confusa situación, Napoleón tomó la decisión de abandonar a su ejército y regresar a Francia en agosto de 1799. Su travesía por el Mediterráneo, eludiendo la vigilancia de la flota británica, fue presentada después como una hazaña heroica, aunque en realidad podría considerarse una deserción.
Un héroe en el momento oportuno
Lo importante es que Bonaparte llegó a Francia en octubre de 1799, en un momento perfecto para sus ambiciones. A pesar de las dificultades en Egipto, su imagen pública permanecía intacta y fue recibido como un héroe. Su regreso coincidió con algunas victorias francesas que habían aliviado la presión militar exterior, creando la ilusión de que el momento era propicio para cambios internos.
Como señala Jean Tulard, uno de sus principales biógrafos: «Bonaparte no regresó a Francia como un general derrotado, sino como un salvador potencial. Sus fracasos en Egipto eran desconocidos para la mayoría, mientras que su imagen de vencedor de Italia permanecía viva en la memoria colectiva«.
La conspiración: preparando el golpe de estado
El golpe de estado de Napoleón Bonaparte no fue una acción improvisada, sino el resultado de una cuidadosa conspiración que involucró a figuras clave del régimen del Directorio.
Emmanuel Sieyès: el cerebro político
El principal instigador del complot fue Emmanuel Sieyès, uno de los cinco directores y una figura prominente desde los inicios de la Revolución. Sieyès había alcanzado la fama en 1789 con su panfleto «¿Qué es el Tercer Estado?», y había sobrevivido a todas las fases de la Revolución gracias a su astucia política.
En 1799, Sieyès estaba convencido de la necesidad de una reforma constitucional que fortaleciera el ejecutivo. Como él mismo habría declarado: «La nación necesita una cabeza y una espada«. Sieyès ya había intentado preparar un golpe de estado con generales como Joubert o Moreau, pero sin éxito. La inesperada vuelta de Bonaparte le proporcionó al «cerebro» el «brazo» que necesitaba.
Los otros conspiradores
Junto a Sieyès, otros personajes clave en la conspiración fueron:
- Roger Ducos: otro de los directores, aliado de Sieyès.
- Luciano Bonaparte: hermano de Napoleón y presidente del Consejo de los Quinientos.
- Talleyrand: ex-ministro de Asuntos Exteriores y maestro de la intriga política.
- Joseph Fouché: ministro de Policía, quien desempeñó un papel ambiguo, manteniéndose informado de la conspiración sin impedirla.
- Varios banqueros y financieros parisinos: que veían en Bonaparte una garantía de estabilidad para sus negocios.
La conspiración contaba también con el apoyo de numerosos diputados moderados de ambas cámaras, conocidos como los «centristas» o «constitucionales», liderados por Boulay de la Meurthe en el Consejo de los Quinientos y Régnier en el Consejo de los Ancianos.
Los preparativos
Los conspiradores elaboraron un plan que podría legitimarse parcialmente mediante las propias disposiciones constitucionales. Según la Constitución del Año III, el Consejo de los Ancianos tenía la facultad de trasladar las sesiones legislativas fuera de París en caso de amenaza para la seguridad. Esta disposición sería utilizada como cobertura legal inicial para el golpe.
El plan consistía en:
- Hacer que el Consejo de los Ancianos decretara el traslado de las cámaras a Saint-Cloud, alegando una supuesta conspiración jacobina.
- Nombrar a Bonaparte comandante de las tropas encargadas de proteger a las cámaras durante el traslado.
- Forzar la dimisión de los directores no implicados en la conspiración.
- Aprobar una reforma constitucional que estableciera un nuevo régimen.
Durante las semanas previas, los conspiradores trabajaron para asegurarse apoyos en ambas cámaras, especialmente entre los diputados moderados, y para garantizar la lealtad de las unidades militares clave en París.
La noche del 17 de Brumario
La noche anterior al golpe, el 17 de Brumario (8 de noviembre), los principales conspiradores se reunieron en diferentes lugares para ultimar los preparativos. Napoleón celebró una cena en su residencia de la calle Chantereine (rebautizada calle de la Victoria en su honor) a la que asistieron generales leales como Berthier, Lefebvre, Murat y Marmont.
Mientras tanto, Sieyès instruía a sus aliados en el Consejo de los Ancianos sobre la propuesta de traslado que debían aprobar a la mañana siguiente. Luciano Bonaparte, por su parte, se aseguraba de que los diputados jacobinos del Consejo de los Quinientos no fueran informados de la sesión extraordinaria convocada para la mañana siguiente.
Como señala Albert Vandal en su obra clásica «L’avènement de Bonaparte«: «La conspiración del 18 de Brumario fue un modelo de complot político, donde cada actor tenía asignado su papel con precisión, aunque como sucede a menudo en la historia, los acontecimientos no seguirían exactamente el guion previsto«.

El 18 de Brumario: primer día del golpe
El golpe de estado se desarrolló durante dos días: el 18 y el 19 de Brumario del año VIII (9 y 10 de noviembre de 1799). El primer día transcurrió prácticamente según lo planeado por los conspiradores.
La sesión matinal del Consejo de los Ancianos
A las siete de la mañana del 18 de Brumario, el Consejo de los Ancianos se reunió en sesión extraordinaria en las Tullerías. Los diputados afines a la conspiración habían sido convocados, mientras que los potenciales opositores no habían sido informados de la reunión. El presidente del Consejo, Louis-Nicolas Lemercier, abrió la sesión señalando que existía una grave conspiración jacobina contra la República.
Cornet, uno de los diputados conspiadores, tomó la palabra para declarar: «Representantes del pueblo, la libertad nace del seno de las tempestades y crece entre las convulsiones. Ahora se encuentra amenazada por nuevos peligros«. Sin aportar pruebas concretas, afirmó que una conspiración amenazaba la seguridad de la República y propuso dos decretos:
- El traslado de ambos consejos legislativos a la residencia de Saint-Cloud, donde deberían reunirse al día siguiente, 19 de Brumario.
- El nombramiento del general Bonaparte como comandante de todas las tropas de París y de la 17ª división militar, incluyendo la Guardia del Directorio y la Guardia del Cuerpo Legislativo.
Ambos decretos fueron aprobados sin debate, proporcionando así la cobertura legal inicial para el golpe. Como escribiría después el propio Napoleón: «La Revolución se ha detenido en los principios que la iniciaron; está terminada«.
Napoleón toma el mando militar
A las ocho de la mañana, Napoleón recibió en su domicilio el decreto del Consejo de los Ancianos que le nombraba comandante de todas las fuerzas militares. Inmediatamente se dirigió a las Tullerías, acompañado por un numeroso Estado Mayor que incluía a generales fieles como Berthier, Lefebvre, Marmont, Murat y Macdonald.
En las Tullerías, Bonaparte se presentó ante el Consejo de los Ancianos y pronunció un breve discurso de aceptación: «La República perecía, habéis conocido mi regreso, vuestro decreto acaba de salvarla. ¡Desdichados quienes quieran la agitación y el desorden! Les detendré ayudado por el general Lefebvre, el general Berthier y todos mis compañeros de armas. No busquéis en el pasado ejemplos que puedan retrasar vuestro paso; nada en la historia se parece al fin del siglo XVIII, nada en el fin del siglo XVIII se parece al momento actual«.
Su siguiente movimiento fue reunirse con los oficiales de la guarnición de París y asegurarse su lealtad. El general Lefebvre, comandante de la 17ª división militar, inicialmente dudoso, se unió a Napoleón cuando éste le dijo: «¿Vamos a dejar que nos gobiernes esos abogados? Uníos a mí y os nombraré mi lugarteniente«. Uno a uno, los principales jefes militares de París se posicionaron del lado de Bonaparte.
La dimisión del Directorio
Mientras tanto, se procedía a desmantelar el Directorio. De los cinco directores:
- Sieyès y Ducos, como parte de la conspiración, presentaron voluntariamente su dimisión.
- Barras, informado de los acontecimientos, fue presionado para dimitir por Talleyrand y el general Bruix, quienes le aseguraron que podría retirarse tranquilamente a su propiedad.
- Gohier y Moulins, los dos directores leales a la Constitución, se negaron inicialmente a dimitir y fueron virtualmente puestos bajo arresto domiciliario en el Palacio de Luxemburgo, sede del Directorio.
Con la dimisión o neutralización de tres de los cinco directores, el Directorio quedó inoperante, ya que la Constitución exigía un mínimo de tres miembros para tomar decisiones válidas. Esta situación de vacío de poder era exactamente lo que buscaban los conspiradores.
La sesión del Consejo de los Quinientos
El Consejo de los Quinientos, presidido por Luciano Bonaparte, también se reunió aquella mañana. Al recibir la notificación del decreto de traslado a Saint-Cloud, hubo protestas entre los diputados jacobinos, pero Luciano, utilizando sus prerrogativas como presidente, levantó rápidamente la sesión, afirmando que los debates sólo podrían continuar al día siguiente en Saint-Cloud, conforme al decreto de los Ancianos.
Reacciones en París
Un aspecto remarcable del 18 de Brumario fue la pasividad de la población parisina. A diferencia de otras jornadas revolucionarias, no hubo movilización popular ni a favor ni en contra del golpe. Las calles permanecieron tranquilas, con la presencia disuasoria de las tropas controladas por Bonaparte.
Fouché, desde el Ministerio de Policía, había tomado medidas para prevenir cualquier resistencia: se cerraron las barreras de la ciudad, se limitó la distribución de periódicos y se vigilaron estrechamente los lugares de reunión habituales de los jacobinos.
El embajador americano en París, William Vans Murray, observó: «Nunca revolución alguna se ha hecho con tanta facilidad; es más bien un cambio de decorado en la ópera«. Esta aparente apatía reflejaba tanto el cansancio revolucionario de la población como la eficaz preparación del golpe.
El 19 de Brumario: la crisis y el desenlace
El segundo día del golpe, el 19 de Brumario (10 de noviembre), fue mucho más dramático y estuvo cerca de fracasar debido a la resistencia inesperada del Consejo de los Quinientos.
La situación en Saint-Cloud
Siguiendo el decreto del día anterior, ambos consejos debían reunirse en el palacio de Saint-Cloud, situado a unos 10 kilómetros al oeste de París. Sin embargo, los preparativos para acondicionar las salas de reunión se retrasaron, lo que provocó que las sesiones no pudieran comenzar hasta la tarde. Esta demora resultó perjudicial para los conspiradores, ya que dio tiempo a los diputados jacobinos y republicanos para organizarse y coordinar su oposición.
Napoleón, acompañado por su Estado Mayor, llegó a Saint-Cloud a mediodía. Mientras se ultimaban los preparativos, mantuvo reuniones con Sieyès y otros líderes de la conspiración. Sin embargo, empezaban a surgir tensiones entre los propios conspiradores: Sieyès consideraba que Bonaparte debía limitarse a garantizar militarmente el éxito del golpe, mientras que éste ya mostraba su determinación de asumir un papel político central.
La sesión del Consejo de los Ancianos
A las dos de la tarde aproximadamente, el Consejo de los Ancianos comenzó su sesión en la Galería de Apolo del palacio. Lo que debía ser un mero trámite para aprobar las medidas preparadas por los conspiradores se complicó cuando varios diputados, ahora mejor informados sobre lo que realmente estaba ocurriendo, exigieron explicaciones sobre la supuesta conspiración jacobina que había justificado el traslado.
El diputado Savary preguntó: «¿Dónde están las pruebas de esta conspiración que amenaza al Cuerpo Legislativo? ¿Por qué nos encontramos aquí rodeados de tropas?» Otros diputados exigieron que los directores comparecieran para informar de la situación.
Estas intervenciones crearon confusión entre los partidarios del golpe, que no habían previsto tener que justificar con detalle sus acusaciones. La sesión se alargó sin resultados concretos, en medio de un clima de creciente tensión.
La tumultuosa sesión del Consejo de los Quinientos
A las dos y media comenzó la sesión del Consejo de los Quinientos, en la Orangerie del palacio. El ambiente era mucho más hostil que en el Consejo de los Ancianos. Nada más abrir la sesión, el diputado Gaudin, siguiendo el plan de los conspiradores, propuso la creación de una comisión para analizar la situación y proponer medidas. Inmediatamente fue abucheado por la mayoría de los diputados.
El diputado Delbrel propuso que todos los presentes renovaran individualmente su juramento de fidelidad a la Constitución del Año III. Luciano Bonaparte, como presidente, no pudo impedir que se aprobara esta propuesta. Uno a uno, todos los diputados, incluido el propio Luciano, tuvieron que pronunciar: «Juro fidelidad a la República y a la Constitución del Año III«. Este juramento colectivo complicaba enormemente los planes de los golpistas, cuyo objetivo era precisamente cambiar dicha Constitución.
La intervención fallida de Napoleón
Informado de las dificultades en ambos consejos, Napoleón decidió intervenir personalmente. Primero entró en la sala del Consejo de los Ancianos, donde pronunció un discurso confuso y amenazante: «Recordad que estoy acompañado por el dios de la guerra y el dios de la fortuna… Si aparece algún orador pagado por el extranjero, lo aplastará el peso de la verdad. Estáis en un volcán«.
Esta primera intervención, lejos de calmar los ánimos, aumentó la desconfianza. Pero lo peor estaba por llegar. Acompañado por cuatro granaderos, Bonaparte se dirigió a continuación a la Orangerie, donde se reunía el Consejo de los Quinientos. Su entrada provocó un tumulto inmediato.
Los diputados se levantaron gritando: «¡Fuera el dictador! ¡Fuera el tirano! ¡Fuera el nuevo Cromwell!«. Varios diputados rodearon a Napoleón, amenazándole. El diputado Destrem le cogió por el cuello de su uniforme exclamando: «¿Es para esto que has vencido?«. Según algunas versiones, el diputado Arena habría intentado apuñalarle, aunque probablemente se trata de una exageración posterior para justificar la intervención militar.
Pálido y desconcertado, Bonaparte fue rescatado por sus granaderos y sacado de la sala. Este episodio representó el momento más crítico del golpe y estuvo cerca de hacerlo fracasar completamente. Como reconocería más tarde José Bonaparte: «Mi hermano perdió la cabeza por primera vez en su vida«.
La intervención decisiva de Luciano Bonaparte
Con Napoleón fuera de la sala, la situación se volvió aún más tumultuosa en el Consejo de los Quinientos. Varios diputados pedían que Bonaparte fuera declarado fuera de la ley, lo que hubiera significado una sentencia de muerte. Luciano Bonaparte, como presidente del Consejo, se negó a someter esta propuesta a votación.
Ante la insistencia de los diputados, Luciano realizó un gesto teatral: se quitó la toga de presidente y la dejó sobre su silla, diciendo: «No puedo mantener el orden«. Luego abandonó la sala y se dirigió a las tropas reunidas en el exterior del palacio.
Este fue el momento decisivo del golpe. Montado en un caballo, Luciano arengó a los soldados afirmando falsamente que «una minoría de asesinos» amenazaba a la mayoría de los representantes y había intentado asesinar a su hermano. Terminó con un llamamiento dramático: «¡Soldados, el presidente del Consejo de los Quinientos os declara que la inmensa mayoría de ese Consejo está aterrorizada por un puñado de representantes con puñales que asedian la tribuna y amenazan de muerte a sus colegas! ¡Os autorizo a emplear la fuerza contra estos perturbadores!«.
La intervención militar y el fin del Consejo de los Quinientos
Convencidos por el discurso de Luciano (o quizás simplemente siguiendo las órdenes de sus superiores), los granaderos dirigidos por el general Murat y el general Leclerc entraron en la Orangerie. Al sonido de los tambores y con las bayonetas caladas, avanzaron por la sala mientras los diputados huían precipitadamente por puertas y ventanas.
Así, aproximadamente a las cinco de la tarde del 19 de Brumario, el Consejo de los Quinientos quedó disuelto por la fuerza militar. Como describiría después Napoleón con su habitual capacidad para reescribir la historia: «Unos pocos soldados bastaron para dispersar a aquellos que se llamaban a sí mismos los representantes de la nación«.
La legalización del golpe
Tras la dispersión de los diputados, Luciano Bonaparte reunió a unos treinta miembros del Consejo de los Quinientos favorables al golpe. Esta «rump parliament» (parlamento residual) aprobó la creación de un Consulado provisional formado por Bonaparte, Sieyès y Ducos, que asumirían provisionalmente el poder ejecutivo.
Simultáneamente, el Consejo de los Ancianos, intimidado por la presencia militar y por los acontecimientos en el Consejo de los Quinientos, ratificó estas medidas. Para dar una apariencia de legalidad, se votó además la creación de dos comisiones encargadas de elaborar una nueva constitución y se decretó la expulsión de sesenta y un diputados considerados «responsables de los excesos» ocurridos durante la jornada.
El decreto final, aprobado alrededor de la medianoche, establecía:
- El Directorio dejaba de existir y sus miembros eran relevados de sus funciones.
- Se establecía un Consulado provisional compuesto por Bonaparte, Sieyès y Ducos.
- El Cuerpo Legislativo se ponía en receso hasta el 1 de Ventoso (20 de febrero de 1800).
- Se creaban dos comisiones legislativas de 25 miembros cada una para colaborar con los cónsules en la elaboración de una nueva constitución.
Como observó el historiador Georges Lefebvre: «El golpe de Estado del 18 de Brumario no fue un pronunciamiento clásico, sino una operación mixta, mitad parlamentaria, mitad militar, en la que la intervención de las tropas sólo se produjo cuando la maniobra política fracasó«.
Las consecuencias inmediatas del golpe de estado
El éxito del golpe de estado de Napoleón Bonaparte produjo consecuencias inmediatas que transformaron el panorama político francés.
La formación del Consulado provisional
El 20 de Brumario (11 de noviembre), los tres cónsules provisionales —Bonaparte, Sieyès y Ducos— celebraron su primera reunión en el Palacio de Luxemburgo, antigua sede del Directorio. Aunque teóricamente los tres tenían igual autoridad, desde el primer momento Bonaparte asumió la posición dominante.
Una anécdota significativa ocurrió durante esta primera reunión: al decidir quién ocuparía la presidencia, Sieyès sugirió que correspondiera al de mayor edad (él mismo). Bonaparte respondió secamente: «Ciudadanos, somos todos iguales aquí. Yo ocuparé este sillón hoy, vosotros lo ocuparéis mañana«. Sin embargo, en los días siguientes, Bonaparte continuó ocupando siempre el sillón presidencial.
Las primeras medidas del nuevo gobierno
Durante las semanas siguientes, el Consulado provisional tomó una serie de medidas destinadas a consolidar su poder y a ganar apoyo popular:
- Abolición de la ley de rehenes, que había permitido arrestar a familiares de emigrados y sospechosos.
- Revocación del empréstito forzoso progresivo, una medida fiscal impopular del Directorio.
- Liberación de numerosos prisioneros políticos.
- Suavización de las leyes contra los emigrados, permitiendo el regreso de muchos exiliados.
- Negociaciones con la Iglesia católica, relajando las restricciones contra el culto.
- Reorganización administrativa para mejorar la recaudación fiscal y el funcionamiento del Estado.
Estas medidas, en su mayoría de carácter moderado, buscaban ampliar la base de apoyo del nuevo régimen, atrayendo tanto a antiguos revolucionarios moderados como a elementos conservadores, y proyectando una imagen de reconciliación nacional.
La redacción de la Constitución del Año VIII
La tarea principal del Consulado provisional era la elaboración de una nueva constitución. Sieyès había preparado un complejo proyecto constitucional que preveía un «Gran Elector» con poderes representativos pero limitados, mientras que el poder real quedaría en manos de un Consejo de Estado y dos cónsules.
Bonaparte rechazó contundentemente este plan, que habría limitado su autoridad. Según Talleyrand, cuando Sieyès expuso su proyecto, Bonaparte comentó irónicamente: «¿Cómo habéis podido imaginar que un hombre de cierto talento y con algún orgullo pudiera resignarse al papel de criar cerdos?» (refiriéndose al cargo de Gran Elector).
En lugar del proyecto de Sieyès, Bonaparte impuso su propia visión constitucional, elaborada con la ayuda del jurista Daunou y otros colaboradores. La nueva Constitución del Año VIII establecía:
- Un Primer Cónsul (Bonaparte) con amplios poderes ejecutivos.
- Dos cónsules adicionales (Cambacérès y Lebrun) con funciones consultivas.
- Un Senado Conservador encargado de velar por la constitucionalidad de las leyes.
- Un Tribunado que debatiría las leyes sin poder votarlas.
- Un Cuerpo Legislativo que votaría las leyes sin poder debatirlas.
- Un Consejo de Estado nombrado por el Primer Cónsul para elaborar las leyes.
Esta ingeniosa arquitectura institucional diluía el poder legislativo entre múltiples órganos mientras concentraba el poder ejecutivo en manos del Primer Cónsul. Como señaló Benjamin Constant: «Esta constitución está hecha para dar el poder absoluto a un hombre, eliminando la libertad pero manteniendo sus formas«.
El plebiscito de aprobación
La Constitución del Año VIII fue sometida a la aprobación popular mediante un plebiscito celebrado en diciembre de 1799 y enero de 1800. Según los resultados oficiales, fue aprobada por 3.011.007 votos a favor frente a sólo 1.562 en contra.
Estas cifras deben tomarse con precaución, ya que el proceso de votación estuvo lejos de ser libre y transparente. La abstención fue muy alta, y en muchos lugares los registros simplemente recogieron como favorables los votos de quienes no acudieron a votar. No obstante, el resultado reflejaba también un genuino deseo de estabilidad por parte de amplios sectores de la población francesa tras años de agitación revolucionaria.
El 25 de diciembre de 1799 (4 de Nivoso del Año VIII), Bonaparte asumió oficialmente el cargo de Primer Cónsul, instalándose en el Palacio de las Tullerías, antigua residencia de los reyes de Francia. El simbolismo de este traslado no pasó desapercibido a sus contemporáneos.
Análisis histórico del golpe de estado
El golpe de estado de Napoleón Bonaparte ha sido objeto de múltiples interpretaciones historiográficas, que han evolucionado con el tiempo y según las diferentes escuelas históricas.
¿Fin o continuación de la Revolución?
Una de las cuestiones más debatidas es si el 18 de Brumario representa el fin de la Revolución Francesa o simplemente una nueva fase de la misma.
Para historiadores como Albert Sorel o Albert Vandal, el golpe marcó efectivamente el fin del experimento revolucionario y el retorno a un gobierno fuerte y centralizado. Según esta interpretación, Bonaparte habría sido el «liquidador» de la Revolución, poniendo fin a sus excesos y conservando únicamente sus logros más prácticos.
En cambio, para la escuela representada por Jean Jaurès o Georges Lefebvre, el Consulado representó una fase de consolidación de la Revolución burguesa. Bonaparte habría sido el instrumento a través del cual la burguesía aseguró sus conquistas (abolición de los privilegios feudales, venta de bienes nacionales) mientras abandonaba los aspectos más democráticos y sociales de la Revolución.
Como señaló Karl Marx en «El 18 Brumario de Luis Bonaparte» (refiriéndose al golpe de estado de Luis Napoleón en 1851, pero aplicable también al de su tío): «Toda una nación que creía haberse dado un impulso acelerado por medio de una revolución, se encuentra de pronto retrotraída a una época fenecida«.
El papel del ejército en la política
El golpe de Brumario también representa un hito en la relación entre el poder civil y el poder militar en la Francia moderna. Por primera vez desde 1789, el ejército intervenía directamente para decidir el rumbo político del país.
Esta intervención militar creó un precedente peligroso que marcaría la historia francesa del siglo XIX. Como escribió Alexis de Tocqueville: «Bonaparte introdujo en el nuevo orden político el germen del militarismo, que acabaría por destruirlo«.
Sin embargo, sería simplista ver el 18 de Brumario como un simple golpe militar. A diferencia de otros pronunciamientos, contó con una amplia participación civil y buscó legitimarse a través de procedimientos constitucionales, aunque manipulados. El propio Bonaparte insistió siempre en su legitimidad civil más que en su poder militar.
Las raíces del autoritarismo napoleónico
El golpe de Brumario contenía ya los elementos fundamentales del autoritarismo que caracterizaría el régimen napoleónico: concentración del poder, limitación de las libertades políticas, manipulación de las formas democráticas para legitimar un poder personal.
La Constitución del Año VIII, con su compleja arquitectura institucional, ilustra perfectamente esta tendencia: mantenía la apariencia de instituciones representativas, pero las vaciaba de contenido real. Como observó Madame de Staël: «Bonaparte sustituía la libertad por la administración y el orden«.
El golpe de estado de Napoleón Bonaparte se inscribe así en una tradición política que valoraba la eficacia y el orden por encima de la participación democrática, tradición que tendría larga continuidad en la historia francesa y europea.
El legado del 18 de Brumario
El golpe de estado de Napoleón Bonaparte dejó un legado duradero que trascendió ampliamente el contexto francés de 1799.
Impacto en la historia constitucional francesa
El sistema institucional establecido tras el 18 de Brumario introdujo innovaciones que marcarían la tradición constitucional francesa. La figura del ejecutivo fuerte, la importancia del Consejo de Estado, el sistema administrativo centralizado o la utilización del plebiscito como fuente de legitimidad, son elementos que reaparecerán en sucesivas constituciones francesas, especialmente durante el Segundo Imperio y la Quinta República.
El politólogo Maurice Duverger ha destacado cómo la tradición bonapartista, nacida del 18 de Brumario, representa una de las principales corrientes del constitucionalismo francés, caracterizada por «la concentración del poder ejecutivo, la reducción del papel del parlamento y la relación directa entre el líder y el pueblo a través del plebiscito«.
Modelo para otros golpes de estado
El 18 de Brumario estableció un modelo de golpe de estado «legal» o «constitucional» que sería imitado numerosas veces en la historia. A diferencia de un pronunciamiento militar clásico, este tipo de golpe se caracteriza por:
- Utilizar mecanismos constitucionales existentes para subvertir el sistema.
- Buscar una apariencia de legalidad a través de la participación de instituciones legítimas.
- Combinar la presión militar con la maniobra política.
- Legitimarse posteriormente mediante procedimientos democráticos (plebiscitos, elecciones).
Este modelo ha sido replicado desde América Latina hasta Europa Oriental, demostrando su eficacia para transiciones autoritarias con apariencia de legitimidad.
El mito napoleónico y su influencia histórica
Más allá de sus consecuencias institucionales, el 18 de Brumario contribuyó a forjar el mito napoleónico, presentando a Bonaparte como el «salvador» que puso fin a la anarquía revolucionaria e instauró un régimen de orden y progreso.
Este mito, cultivado activamente por la propaganda napoleónica y posteriormente por la historiografía bonapartista, tendría una influencia decisiva en el imaginario político europeo del siglo XIX. La idea del «hombre providencial» que salva a la nación en momentos de crisis se convertiría en un poderoso referente para movimientos autoritarios de diverso signo.
Como señaló el historiador Pieter Geyl: «El ejemplo de Napoleón ha servido para justificar a cada dictador que ha aparecido desde entonces«.
Conclusiones
El golpe de estado de Napoleón Bonaparte del 18-19 de Brumario del año VIII (9-10 de noviembre de 1799) representa uno de los momentos decisivos en la historia de Francia y de Europa. Más allá de su importancia inmediata como transición entre el período revolucionario y la era napoleónica, constituye un caso paradigmático de transformación política que combina elementos de continuidad y ruptura.
Por un lado, el golpe preservó muchos de los logros materiales de la Revolución: la abolición de los privilegios feudales, la nueva organización administrativa, la consolidación de la venta de bienes nacionales. Por otro, supuso el abandono de los ideales más democráticos y participativos del proyecto revolucionario en favor de un régimen autoritario centrado en la eficacia administrativa y el orden público.
La ambigüedad intrínseca del 18 de Brumario se refleja en la propia figura de Napoleón: a la vez heredero y sepulturero de la Revolución, defensor de algunas conquistas revolucionarias y restaurador de elementos del Antiguo Régimen, innovador radical en algunos aspectos y profundamente conservador en otros.
Como escribió el historiador François Furet: «El 18 de Brumario cierra y consagra la Revolución Francesa. La cierra porque pone fin al gobierno de las asambleas; la consagra porque establece duraderamente la igualdad civil, la centralización administrativa y la unidad nacional«.
El golpe de Brumario nos recuerda que los momentos de crisis política abren posibilidades de transformación que pueden tomar direcciones inesperadas. La fragilidad de las instituciones republicanas frente a la combinación de presión militar, maniobra política y anhelo popular de estabilidad sigue siendo una lección relevante para las democracias contemporáneas.
Referencias bibliográficas
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Este artículo ha intentado ofrecer una visión completa y matizada del golpe de estado de Napoleón Bonaparte, contextulizándolo en su momento histórico y analizando sus causas, desarrollo y consecuencias. Hemos visto como este acontecimiento crucial supuso un punto de inflexión en la historia de Francia, cerrando el ciclo revolucionario iniciado en 1789 y abriendo la puerta a una nueva forma de gobierno que, sin restaurar el Antiguo Régimen, abandonaba también los ideales más democraticos de la Revolución.
La compleja mezcla de elementos legales e ilegales, civiles y militares, revolucionarios y conservadores que caracterizó al 18 de Brumario hace de este episodio un fascinante caso de estudio sobre los mecanismos de cambio político y la fragilidad de las instituciones democráticas en momentos de crisis.
El legado del golpe de Brumario se extendió mucho más allá de su contexto inmediato, influyendo en la evolución posterior del constitucionalismo francés y europeo, y estableciendo un modelo de transición autoritaria con apariencia legal que sería imitado en numerosas ocasiones a lo largo de los siglos XIX y XX.
Como observó Alexis de Tocqueville: «La Revolución Francesa, que había abolido todos los privilégios y destruido todos los derechos exclusivos, había dejado subsistir uno, el de la propiedad, y fue alrededor de este que Napoleón vino a reconstituir todos los demás«. Esta aguda observación ilustra la naturaleza contradictoria del régimen nacido del 18 de Brumario: conservador en lo social pero revolucionario en sus métodos, tradicionalista en muchos aspectos pero profundamente innovador en otros.
En definitiva, el estudio del golpe de estado de Napoleón Bonaparte nos permite comprender mejor no solo un episodio crucial de la história francesa, sino también dinamicas políticas que siguen siendo relevantes en nuestro tiempo. La tensión entre libertad y orden, entre participación democratica y eficacia gubernamental, entre legitimidad legal y legitimidad popular, son cuestiones que el 18 de Brumario planteó en toda su complejidad y que continúan siendo centrales en el debate político contemporáneo.
Al analizar este acontecimiento histórico debemos evitar tanto la admiración acrítica hacia la figura de Napoleón como la condena simplista de su acción política. El 18 de Brumario, como todos los grandes momentos de ruptura histórica, contiene luces y sombras, avances y retrocesos, y su valoración final dependerá siempre de los valores y perspectivas desde los que lo examinemos.
Lo que resulta indudable es que aquel lluvioso día de noviembre de 1799, cuando un joven general corso entró en la Orangerie de Saint-Cloud rodeado de sus granaderos, se estaba escribiendo una página decisiva no sólo de la historia de Francia, sino de la história política del mundo moderno.