La fortuna imperial de los zares: tesoro perdido

La caída de una dinastía suele dejar tras de sí no solo el eco de su poder, sino también numerosos misterios sobre el destino de sus riquezas. En el caso de la familia imperial rusa, los Romanov, su abrupto y sangriento final durante la Revolución de 1917 ha alimentado durante más de un siglo un sinfín de leyendas, teorías y búsquedas sobre el paradero de una de las mayores fortunas que jamás haya existido. La llamada «fortuna imperial de los zares» constituye, sin duda, uno de los enigmas más fascinantes de la historia moderna.

Cuando uno piensa en los zares, es inevitable que vengan a la mente imágenes de opulencia casi inimaginable: palacios cubiertos de oro, huevos Fabergé de valor incalculable, joyas del tamaño de huevos de paloma y cofres repletos de riquezas acumuladas durante más de trescientos años de reinado de la dinastía Romanov. Pero, ¿qué ocurrió realmente con todo ese tesoro? ¿Fue completamente expropiado por los bolcheviques? ¿Consiguieron los Romanov poner a salvo parte de su fortuna? ¿O acaso sigue oculta en algún rincón de la vasta geografía rusa, esperando ser descubierta?

En este artículo nos adentraremos en la historia de la fortuna imperial rusa, analizaremos su composición, su valor aproximado y las diferentes teorías sobre su destino. Un viaje que nos llevará desde los suntuosos salones del Palacio de Invierno hasta las heladas estepas siberianas, siguiendo el rastro de uno de los tesoros perdidos más importantes de la historia.

La dinastía Romanov: tres siglos acumulando riquezas

La dinastía Romanov gobernó Rusia desde 1613 hasta 1917, cuando el último zar, Nicolás II, fue forzado a abdicar durante la Revolución de Febrero. Durante estos más de 300 años, los Romanov acumularon una fortuna que, según los cálculos más conservadores, podría equivaler a varios cientos de miles de millones de euros actuales. Conviene recordar que hablamos de una época en la que no existía separación entre las finanzas del Estado y las personales del monarca, lo que permitió a los zares disponer a su antojo de los recursos de uno de los imperios más grandes del mundo.

Los orígenes de la fortuna imperial se remontan al primer zar Romanov, Miguel I, aunque fue realmente a partir de Pedro el Grande (1682-1725) cuando el tesoro imperial comenzó a crecer de manera exponencial. La conquista de nuevos territorios, el control sobre recursos naturales estratégicos y las reformas económicas impulsadas por este zar modernizador sentaron las bases de la enorme riqueza que llegaría a acumular la familia imperial.

Catalina la Grande (1762-1796) contribuyó enormemente a aumentar esta fortuna con su política expansionista y sus reformas fiscales. Durante su reinado, la colección de joyas de la corona alcanzó proporciones legendarias, incluyendo la famosa Corona Imperial, adornada con casi 5.000 diamantes y coronada por un rubí de 398,72 quilates. También fue Catalina quien inició la tradición de encargar huevos de Pascua a joyeros como Fabergé, piezas que hoy se cuentan entre las más valiosas del mundo.

Los últimos zares, especialmente Alejandro III y Nicolás II, heredaron un patrimonio descomunal que incluía:

  • Propiedades inmobiliarias: docenas de palacios, residencias, fincas y terrenos repartidos por todo el imperio.
  • Joyas y objetos de arte: una colección de valor incalculable que incluía las joyas de la corona, piezas únicas de orfebrería, pinturas de maestros europeos y rusos, porcelanas, etc.
  • Metales preciosos: enormes cantidades de oro, plata y platino en forma de lingotes, monedas y objetos decorativos.
  • Cuentas bancarias: depósitos en bancos rusos y extranjeros, principalmente europeos.
  • Inversiones: participaciones en empresas, ferrocarriles y negocios diversos.

El historiador británico Robert K. Massie estimó que, solo en términos de propiedades personales, la fortuna de Nicolás II rondaba los 45 millones de rublos de la época (aproximadamente 15.000 millones de euros actuales), sin contar las propiedades estatales que estaban a su disposición ni las joyas de la corona.

La magnitud de una fortuna imperial: intentando cuantificar lo incuantificable

Establecer con precisión el valor de la fortuna imperial rusa resulta prácticamente imposible, no solo por la distancia temporal que nos separa de ella, sino también por la falta de registros completos y por la propia naturaleza de muchos de sus componentes, cuyo valor trasciende lo meramente económico para entrar en el terreno de lo histórico y cultural.

Sin embargo, diferentes estudios e investigaciones nos permiten hacernos una idea aproximada de su magnitud. Según los documentos conservados en los archivos estatales rusos, solo las reservas oficiales de oro del Imperio Ruso en 1914 ascendían a 1.695 toneladas, lo que convertía a Rusia en el país con la tercera mayor reserva de oro del mundo, solo por detrás de Estados Unidos y Francia. Este oro estaba valorado entonces en aproximadamente 1.695 millones de rublos, lo que equivaldría a unos 120.000 millones de euros actuales.

A esto habría que añadir las joyas de la corona, cuyo valor era practicamente incalculable. El historiador ruso Igor Zimin, en su obra «La casa de los Romanov: la vida cotidiana de la familia imperial rusa», estima que solo la colección de diamantes imperiales podría valorarse en unos 150.000 millones de euros actuales. Entre estas joyas destacaban:

  • La Corona Imperial de Rusia, creada para la coronación de Catalina la Grande en 1762, con sus casi 5.000 diamantes y el enorme rubí que la coronaba.
  • El Cetro Imperial, que incluía el famoso diamante Orlov de 189,62 quilates.
  • La Diadema Rusa, con más de 1.900 diamantes que suman un total de 467 quilates.
  • El huevo de Pascua del Tercer Centenario de los Romanov, creado por Fabergé en 1913 para conmemorar los 300 años de la dinastía, considerado una de las piezas de joyería más valiosas jamás creadas.

Además de estos tesoros «oficiales», existía la fortuna personal de la familia Romanov, que incluía propiedades, inversiones y cuentas bancarias en diversos países. Solo en el Banco de Inglaterra, según documentos desclasificados en los años 90, la familia imperial tenía depositados unos 50 millones de libras esterlinas de la época (aproximadamente 25.000 millones de euros actuales).

Las propiedades inmobiliarias de los Romanov eran igualmente impresionantes. La familia imperial poseía más de 20 palacios y residencias principales, entre los que destacaban:

  • El Palacio de Invierno en San Petersburgo (actual Museo del Hermitage)
  • El Palacio de Peterhof, conocido como el «Versalles ruso»
  • El Palacio de Tsárskoye Seló (hoy Pushkin)
  • El Palacio de Livadia en Crimea
  • El Palacio de Gátchina

Solo el valor del mobiliario, las obras de arte y los objetos decorativos contenidos en estos palacios se estima en decenas de miles de millones de euros actuales.

En conjunto, y atendiendo a diversas fuentes históricas, podemos estimar que la fortuna total de los Romanov (incluyendo bienes personales, joyas de la corona y reservas estatales bajo su control) podría equivaler a entre 250.000 y 300.000 millones de euros actuales, lo que la convertiría en una de las mayores concentraciones de riqueza en manos de una sola familia en toda la historia de la humanidad.

El principio del fin: la Revolución y el destino fragmentado del tesoro

La Revolución de Febrero de 1917 marcó el principio del fin para la dinastía Romanov y, con ella, para su inmensa fortuna. Tras la abdicación forzosa de Nicolás II el 15 de marzo de 1917, el Gobierno Provisional que asumió el poder comenzó a tomar medidas para salvaguardar el patrimonio imperial, que consideraba propiedad del Estado y no de la familia real.

Una de las primeras acciones fue crear una comisión especial para inventariar todos los bienes de los palacios imperiales. Sin embargo, esta tarea apenas había comenzado cuando los bolcheviques tomaron el poder en la Revolución de Octubre, lo que cambió drásticamente el destino de estos tesoros.

El tesoro fragmentado en tres partes

La fortuna imperial quedó, en la práctica, dividida en tres grandes bloques con destinos muy diferentes:

  1. Las propiedades inmuebles y los bienes que no pudieron ser trasladados
  2. Las joyas de la corona y los tesoros estatales
  3. La fortuna personal de la familia, parte de la cual pudo ser evacuada o estaba depositada en el extranjero

1. Palacios y propiedades inmuebles

Los palacios imperiales y sus contenidos fueron los primeros en caer en manos de los revolucionarios. Tras la toma del poder por los bolcheviques, muchos de estos edificios fueron saqueados por turbas revolucionarias, aunque el nuevo gobierno intentó rápidamente poner orden y preservar lo que consideraba patrimonio del pueblo.

El Palacio de Invierno, residencia principal de los zares en San Petersburgo, sufrió un saqueo inicial, pero pronto fue declarado museo y muchos de sus tesoros fueron preservados. Similar destino corrieron otros palacios como Peterhof o Tsárskoye Seló, que fueron convertidos en museos después de que parte de sus colecciones fueran expoliadas.

No obstante, miles de objetos desaparecieron durante estos primeros momentos de caos revolucionario. Según el historiador Dmitri Likhatchiov, «se perdieron para siempre innumerables objetos de valor histórico y artístico incalculable, desde porcelanas imperiales hasta manuscritos únicos, pasando por joyas, armas ceremoniales y mobiliario que había pertenecido a generaciones de zares«.

2. Las joyas de la corona y tesoros estatales

El destino de las joyas de la corona fue diferente. Tras la Revolución de Febrero, estas habían sido trasladadas desde San Petersburgo a Moscú para mayor seguridad. Con la llegada al poder de los bolcheviques, estos tesoros fueron inventariados y almacenados en el Kremlin.

En 1922, el gobierno soviético creó una comisión especial, conocida como Gokhran (Tesoro Estatal), encargada de gestionar estos bienes. Bajo la dirección de León Trotsky, una parte importante de las joyas de la corona fue vendida en el extranjero para financiar el nuevo régimen y hacer frente a la hambruna que asolaba el país.

Entre 1925 y 1926 se organizaron varias subastas internacionales de joyas imperiales, principalmente en Londres y París. Muchas piezas históricas acabaron en manos de coleccionistas privados y casas reales europeas, mientras que otras fueron desmanteladas para vender sus piedras preciosas por separado. Se estima que en estas ventas se obtuvieron unos 50 millones de dólares de la época.

Sin embargo, las piezas más emblemáticas como la Corona Imperial, el Cetro Imperial o el Orbe fueron conservadas y hoy pueden contemplarse en el Fondo de Diamantes del Kremlin de Moscú.

Las Grandes Duquesas Tatiana, Olga, Anastasia y María Romanova con su madre la zarina Alejandra, la familia de Nicolás II

3. La fortuna personal de los Romanov

El tercer componente, quizás el más enigmático, fue la fortuna personal de la familia Romanov. A diferencia de los palacios y las joyas de la corona, buena parte de esta riqueza estaba depositada en bancos extranjeros o había sido transferida fuera de Rusia en los años previos a la revolución.

Nicolás II, que a pesar de sus defectos como gobernante era un administrador prudente en lo que a sus finanzas personales se refería, había diversificado sus inversiones en bancos de Inglaterra, Francia, Alemania y Suiza. Según documentos del archivo del Ministerio de Finanzas ruso, consultados por el historiador Sergei Volkov, en 1914 la familia imperial tenía depositados al menos 3,7 millones de libras esterlinas en el Banco de Inglaterra (unos 2.000 millones de euros actuales).

Además, durante los últimos meses antes de la Revolución de Febrero, la zarina Alejandra, previendo posibles problemas, ordenó trasladar joyas y objetos de valor personal a amigos y familiares en el extranjero. Su hermano, el Gran Duque Ernst Ludwig de Hesse, recibió varios cofres con joyas familiares que consiguió sacar de Rusia.

En sus memorias, la princesa Zinaída Yusúpova, una de las mujeres más ricas de Rusia, relata cómo consiguió sacar del país una parte significativa de su fortuna cosiendo diamantes en los dobladillos de sus vestidos y escondiendo joyas en tubos de pasta de dientes. Muchos aristócratas cercanos a la familia imperial emplearon métodos similares, actuando en ocasiones como «testaferros» de los propios Romanov.

¿Qué pasó con el dinero de los Romanov en bancos extranjeros? Esta es una de las grandes incógnitas. Tras la revolución, el gobierno soviético reclamó todos los fondos como propiedad del Estado ruso, pero muchos bancos occidentales se negaron a entregar el dinero sin una autorización expresa de los titulares de las cuentas.

La situación se complicó enormemente tras el asesinato de la familia imperial en Ekaterinburgo en julio de 1918. Sin herederos vivos reconocidos oficialmente (aunque varios miembros de la familia Romanov habían conseguido escapar al extranjero), muchas cuentas quedaron en un limbo legal.

Según investigaciones del periodista William Clarke publicadas en los años 90, parte de estos fondos permanecieron congelados durante décadas. Algunos acabaron siendo reclamados con éxito por miembros supervivientes de la familia, como la hermana de Nicolás II, la Gran Duquesa Xenia, que vivió exiliada en Inglaterra hasta su muerte en 1960. Otros fondos, en cambio, habrían sido secretamente transferidos al gobierno soviético como parte de acuerdos diplomáticos no revelados publicamente.

El oro de Kolchak: la fortuna imperial en la Guerra Civil

Uno de los episodios más fascinantes relacionados con la fortuna imperial es el conocido como «oro de Kolchak«, que constituyó en realidad una parte significativa de las reservas del Tesoro imperial ruso.

Cuando estalló la Guerra Civil rusa (1918-1922), las reservas de oro del Imperio estaban almacenadas principalmente en Kazán. En agosto de 1918, la ciudad fue tomada por la Legión Checoslovaca y el ejército blanco (contrarrevolucionario), quienes se hicieron con el control de unas 657 toneladas de oro, valoradas entonces en unos 650 millones de rublos.

Este tesoro fue transportado hacia el este, a Siberia, y quedó bajo la custodia del almirante Alexander Kolchak, quien había sido proclamado «Gobernante Supremo de Rusia» por las fuerzas antibolcheviques. Kolchak utilizó parte de este oro para financiar su guerra contra los bolcheviques, comprando armas y suministros a los aliados occidentales.

El historiador ruso Oleg Budnitski, en su exhaustivo estudio «Dinero ruso», detalla cómo Kolchak gastó aproximadamente un tercio del tesoro en su campaña militar. El resto, unas 400 toneladas de oro, quedó bajo su control en la ciudad de Omsk hasta noviembre de 1919, cuando la ciudad cayó ante el avance del Ejército Rojo.

¿Qué ocurrió entonces con ese oro? Aquí comienza una de las mayores controversias. La versión oficial soviética afirmaba que todo el oro fue recuperado por el Ejército Rojo en Irkutsk, donde Kolchak fue capturado y posteriormente ejecutado en febrero de 1920. Sin embargo, los registros muestran que solo se recuperaron unas 310 toneladas.

Las aproximadamente 90 toneladas restantes (valoradas hoy en unos 5.000 millones de euros) desaparecieron sin dejar rastro, dando lugar a numerosas teorías:

  1. La teoría del enterramiento: Según algunos testimonios, parte del oro habría sido enterrado en algún lugar a lo largo del ferrocarril Transiberiano cuando las tropas de Kolchak huían hacia el este.
  2. La teoría japonesa: Otra versión sostiene que el oro fue entregado a las fuerzas japonesas que ocupaban parte de Siberia, como pago por su apoyo militar.
  3. La teoría del desvío a Manchuria: Algunos historiadores sugieren que el oro fue transportado a Harbin, en Manchuria (actualmente parte de China), donde existía una importante comunidad rusa emigrada.
  4. La teoría del Lago Baikal: Quizás la más romántica de todas, sugiere que parte del tesoro fue arrojado al Lago Baikal durante la huída para evitar que cayera en manos bolcheviques.

El debate sigue abierto, y periódicamente aparecen noticias sobre expediciones que buscan el legendario «oro de Kolchak» en diversos puntos de Siberia. En 2009, un equipo de arqueólogos rusos creyó haber encontrado rastros del tesoro cerca de la estación de Taiga, pero las excavaciones no dieron resultados concluyentes.

Como comentó el historiador Pavel Poluyan, «el oro de Kolchak se ha convertido en nuestro equivalente ruso a El Dorado o el tesoro de los templarios: una leyenda con suficientes elementos históricos verídicos como para mantener viva la esperanza de su existencia«.

Las joyas de los Romanov: entre mitos y realidades

Las joyas de la familia imperial representan uno de los aspectos más fascinantes y visibles de la fortuna de los zares. Más allá de su valor económico, muchas de estas piezas tenían un enorme significado histórico y simbólico, acumulando siglos de historia rusa en forma de diamantes, esmeraldas, rubíes y perlas.

El destino de las joyas imperiales

La colección de joyas de los Romanov puede dividirse en tres categorías principales:

  1. Las joyas de la corona: símbolos oficiales del poder imperial
  2. Las joyas de estado: utilizadas en ceremonias y ocasiones oficiales
  3. Las joyas personales: propiedad privada de los miembros de la familia

Después de la revolución, el destino de estas joyas fue diverso. Mientras que las joyas de la corona y muchas de las joyas de estado fueron conservadas por el Estado soviético (aunque algunas fueron vendidas en los años 20), las joyas personales corrieron suertes muy diferentes.

Durante su cautiverio en Tobolsk y Ekaterinburgo, la familia imperial mantuvo ocultas numerosas joyas, cosiéndolas literalmente en sus ropas. Un testimonio de Pierre Gilliard, tutor de las hijas del zar, relata cómo «las grandes duquesas habían cosido diamantes y otras piedras preciosas en sus corsés, convirtiéndolos en auténticas armaduras enjoyadas«. Se estima que llevaban joyas por valor de varios millones de rublos.

Tras el asesinato de la familia en julio de 1918, muchas de estas joyas desaparecieron. Algunas fueron robadas por sus ejecutores (como ha quedado demostrado en investigaciones posteriores), otras fueron recuperadas por agentes del gobierno soviético, y otras simplemente se perdieron.

En 1933, el gobierno soviético organizó una venta masiva de joyas imperiales a través de la casa Christie’s de Londres. Entre las piezas vendidas se encontraban diademas, collares y broches que habían pertenecido a la zarina Alejandra y a las grandes duquesas. Estas ventas se realizaron discretamente, sin mencionar la procedencia real de las joyas, y muchas acabaron en colecciones privadas de todo el mundo.

El misterio de las joyas de la zarina Alexandra

Un caso particularmente intrigante es el de la colección personal de la zarina Alexandra Feodorovna. Antes de la revolución, poseía una de las colecciones de joyas más importantes de Europa, incluyendo piezas heredadas de su abuela, la reina Victoria de Inglaterra.

En 1914, siguiendo las órdenes del zar, la zarina envió algunas de sus joyas más valiosas a su hermana Victoria en Londres para mantenerlas a salvo durante la guerra. Entre estas piezas se encontraba un extraordinario collar de perlas que había pertenecido a Catalina la Grande.

Tras la revolución y la muerte de la familia imperial, estas joyas quedaron en posesión de la princesa Victoria, quien en teoría debería haberlas devuelto al Estado ruso. Sin embargo, argumentando que eran regalos personales de su hermana, se negó a entregarlas.

Durante décadas, estas joyas permanecieron en manos privadas, ocultas al público. No fue hasta 2008 cuando algunas de ellas reaparecieron en una subasta de Sotheby’s, causando una controversia diplomática cuando Rusia reclamó su devolución argumentando que formaban parte del patrimonio nacional ruso. El caso, como tantos otros relacionados con la fortuna imperial, sigue sin resolverse completamente.

Los famosos huevos Fabergé

Mención especial merecen los célebres huevos Fabergé, quizás los objetos más emblemáticos asociados con la riqueza de los Romanov. Entre 1885 y 1917, el joyero Peter Carl Fabergé creó 50 huevos imperiales de Pascua para los zares Alejandro III y Nicolás II, quienes los regalaban tradicionalmente a sus esposas e hijas.

Estas obras maestras de orfebrería, hechas con oro, platino, diamantes y otras piedras preciosas, tenían en su interior sorpresas únicas: miniaturas de palacios, retratos en miniatura, animales mecánicos, etc. Cada huevo era una pieza única, diseñada específicamente para la ocasión y que podía costar el equivalente a varios millones de euros actuales.

Tras la revolución, los huevos Fabergé fueron confiscados y almacenados en el Kremlin. En los años 20 y 30, el gobierno soviético, necesitado de divisas extranjeras, vendió aproximadamente la mitad de ellos a coleccionistas occidentales. El empresario estadounidense Armand Hammer adquirió varios, al igual que la familia Forbes.

Actualmente, de los 50 huevos imperiales originales, se conoce el paradero de 43. La mayoría se encuentran en museos públicos (como el Kremlin de Moscú, que conserva 10) o en colecciones privadas (el oligarca ruso Viktor Vekselberg adquirió la colección Forbes en 2004 por unos 100 millones de dólares). Los 7 restantes siguen desaparecidos, lo que ha generado una fascinante «caza del tesoro» entre coleccionistas y aficionados al arte.

En 2014, un comerciante de chatarra estadounidense compró un objeto metálico por 14.000 dólares, pensando revenderlo por su peso en oro. Para su sorpresa, resultó ser uno de los huevos Fabergé perdidos, el Huevo del Tercer Aniversario Imperial, valorado en unos 33 millones de dólares.

El mito y la leyenda de Anastasia: buscando herederos para reclamar la fortuna

Pocos aspectos de la historia de los Romanov han capturado tanto la imaginación popular como la leyenda de que la gran duquesa Anastasia, la hija menor del zar Nicolás II, habría sobrevivido a la matanza de Ekaterinburgo. Esta teoría, que durante décadas generó especulaciones y llegó incluso a inspirar películas y musicales, estaba indisolublemente ligada a la cuestión de la fortuna imperial: quien demostrara ser un heredero legítimo de los Romanov podría, en teoría, reclamar parte de los fondos depositados en bancos extranjeros.

Anna Anderson y otras «Anastasias»

El caso más célebre fue el de Anna Anderson, una mujer que apareció en Berlín en 1920 y que afirmaba ser la gran duquesa Anastasia. Según su relato, habría sobrevivido milagrosamente a la ejecución gracias a la ayuda de un guardia compasivo. Durante más de 60 años, Anderson mantuvo esta afirmación, llegando a convencer a algunos antiguos cortesanos y familiares lejanos de los Romanov.

Sin embargo, la mayoría de los parientes cercanos sobrevivientes, como la hermana del zar, la gran duquesa Olga, rechazaron sus pretensiones. El caso generó una larga batalla legal que se extendió hasta después de la muerte de Anderson en 1984. Finalmente, en 1994, los análisis de ADN pusieron fin a la controversia: Anna Anderson no era Anastasia Romanov, sino Franziska Schanzkowska, una trabajadora polaca con problemas mentales. Este resultado fue confirmado en 2007 cuando se comparó su ADN con el de los restos exhumados de la familia imperial, que finalmente fueron descubiertos en dos fosas separadas cerca de Ekaterinburgo.

Retrato de Nicolás II coronado (1896). Imagen: Aleksandr Makovsky – http://anahnu.ucoz.ru/photo/2-0-4 (direct link)

Anna Anderson no fue la única «Anastasia» que apareció. A lo largo del siglo XX, al menos una docena de mujeres afirmaron ser la gran duquesa superviviente. Ninguna pudo aportar pruebas convincentes, pero todas contribuyeron a mantener vivo el mito de la «princesa perdida» y, con él, la esperanza de reclamar algún día la fortuna imperial.

Los verdaderos herederos Romanov

A pesar de la tragedia de Ekaterinburgo, varios miembros de la familia Romanov consiguieron escapar de Rusia tras la revolución. Entre ellos destacan:

  • La emperatriz viuda María Feodorovna (madre de Nicolás II), que escapó a Dinamarca, su país natal
  • El gran duque Kirill Vladimirovich, primo del zar, que se proclamó «Emperador de todas las Rusias» en el exilio
  • La gran duquesa Xenia y el gran duque Alejandro, hermana y cuñado de Nicolás II

Estos miembros de la familia, junto con sus descendientes, emprendieron diversas acciones legales para recuperar parte de la fortuna familiar depositada en bancos extranjeros. En algunos casos tuvieron éxito, aunque las cantidades recuperadas fueron mucho menores de lo esperado.

Un caso significativo fue el de los fondos depositados en el Banco de Inglaterra. En 1934, tras años de litigios, la justicia británica reconoció el derecho de la gran duquesa Xenia a reclamar parte de estos fondos, aunque la mayor parte ya había sido transferida al gobierno soviético en el marco de acuerdos diplomáticos.

Actualmente, los descendientes de los Romanov, encabezados por María Vladimirovna Romanova (bisnieta del gran duque Kirill), continúan reclamando ocasionalmente propiedades y bienes que pertenecieron a la familia imperial. Sin embargo, el gobierno ruso ha rechazado sistemáticamente estas demandas, considerando que los bienes de la familia imperial pasaron legítimamente a ser propiedad del Estado tras la revolución.

Las búsquedas modernas: tras la pista del tesoro perdido

El fin de la Unión Soviética en 1991 abrió nuevas posibilidades para investigar el destino de la fortuna imperial. La apertura parcial de archivos antes secretos y la posibilidad de realizar investigaciones arqueológicas en zonas anteriormente restringidas han permitido arrojar algo de luz sobre este enigma histórico.

Expediciones en Siberia

Una de las teorías más persistentes sobre el paradero de parte del tesoro imperial, específicamente el «oro de Kolchak», sostiene que fue ocultado en algún lugar de Siberia durante la retirada de las fuerzas blancas.

Desde los años 90, numerosas expediciones han recorrido la ruta del Transiberiano buscando indicios del tesoro perdido. En 1999, un equipo de arqueólogos rusos liderado por Vladimir Mytnick excavó cerca de la estación de Taishet, siguiendo el testimonio de un antiguo oficial del ejército blanco que aseguraba haber participado en el enterramiento de varias cajas de oro. La expedición no encontró nada concluyente.

En 2004, otra expedición dirigida por el aventurero Leonid Proshkin se centró en el área del Lago Baikal, donde según algunas leyendas locales, parte del oro habría sido arrojado para evitar que cayera en manos bolcheviques. Utilizando equipos de sonar y submarinos robotizados, exploraron varias zonas del lago sin resultados positivos.

Más recientemente, en 2018, un equipo de investigadores de la Universidad de Tomsk, utilizando tecnología de radar de penetración terrestre, identificó varias anomalías bajo tierra cerca de la vía férrea en Omsk que podrían corresponder a cajas metálicas enterradas. Las excavaciones preliminares han revelado objetos de la época de la Guerra Civil, pero hasta la fecha no se ha encontrado el legendario tesoro.

Investigaciones en archivos internacionales

Paralelamente a las búsquedas sobre el terreno, historiadores y periodistas han investigado en archivos bancarios y diplomáticos de varios países buscando el rastro de los fondos Romanov.

El investigador estadounidense William Clarke publicó en 1995 un controvertido libro titulado «The Lost Fortune of the Tsars» (La fortuna perdida de los zares), en el que afirmaba haber encontrado documentos que demostraban la existencia de importantes depósitos bancarios de los Romanov en Gran Bretaña, Suiza y Francia que nunca habrían sido reclamados.

Según Clarke, solo en el Banco de Inglaterra habría unos 50 millones de libras de la época (equivalentes a unos 2.500 millones de euros actuales) pertenecientes a la familia imperial. El banco ha negado sistemáticamente estas afirmaciones.

En Suiza, la Ley de Fondos Durmientes aprobada en 1996 obligó a los bancos a revelar las cuentas inactivas desde la Segunda Guerra Mundial. Este proceso sacó a la luz algunas cuentas que podrían haber pertenecido a aristocratas rusos, aunque ninguna directamente vinculada a los Romanov.

El caso de las propiedades en Francia

Un capítulo particularmente interesante se refiere a las propiedades que la familia imperial poseía en la Costa Azul francesa. A principios del siglo XX, los Romanov adquirieron varias villas y terrenos en Niza, Cannes y sus alrededores, donde pasaban temporadas de descanso.

Tras la revolución, estas propiedades quedaron en un limbo legal. El gobierno soviético las reclamó como bienes del Estado ruso, mientras que algunos miembros supervivientes de la familia intentaron mantener su control.

La más emblemática de estas propiedades era la Villa Romanov en Niza (actualmente conocida como Château de la Pérouse), construida por encargo del zar Alejandro II en 1856. Durante décadas, el edificio fue objeto de disputas legales entre el gobierno soviético, las autoridades francesas y los descendientes de los Romanov.

Finalmente, en 2015, tras años de litigios, Rusia recuperó oficialmente la propiedad tras pagar una compensación de 20 millones de euros a Francia. Actualmente, la villa está siendo restaurada para convertirse en un centro cultural ruso, poniendo fin a uno de los capítulos más prolongados de la disputa por la herencia imperial.

El patrimonio recuperado: lo que ha sobrevivido hasta nuestros días

A pesar de los saqueos, ventas y pérdidas, una parte significativa del patrimonio imperial ruso ha sobrevivido hasta nuestros días y puede contemplarse en museos de todo el mundo, aunque principalmente en Rusia.

El tesoro del Kremlin

El Fondo de Diamantes del Kremlin de Moscú alberga actualmente la mayor colección de joyas imperiales rusas que se ha conservado. Entre las piezas más destacadas se encuentran:

  • La Corona Imperial de Rusia, creada en 1762 para la coronación de Catalina la Grande
  • El Cetro Imperial con el diamante Orlov
  • El Orbe Imperial
  • La Gran Diadema Nupcial, creada para la emperatriz Alexandra
  • Diez huevos Fabergé imperiales

Estas joyas, valoradas en varios miles de millones de euros, son consideradas patrimonio nacional ruso y atraen a cientos de miles de visitantes cada año.

El Hermitage y los palacios imperiales

El Museo del Hermitage de San Petersburgo, ubicado en el antiguo Palacio de Invierno, conserva una inmensa colección de arte, mobiliario y objetos decorativos que pertenecieron a la familia imperial. Aunque muchas piezas fueron vendidas por el gobierno soviético en los años 20 y 30, la mayoría del patrimonio artístico se conservó.

Igualmente, los antiguos palacios imperiales como PeterhofTsárskoye Seló (Pushkin) o Gátchina han sido meticulosamente restaurados tras los daños sufridos durante la Segunda Guerra Mundial y albergan importantes colecciones de mobiliario, porcelanas y objetos personales de los Romanov.

Colecciones internacionales

Fuera de Rusia, numerosos museos y colecciones privadas conservan piezas que pertenecieron a los Romanov:

  • El Museo Fabergé de San Petersburgo, fundado por el oligarca Viktor Vekselberg, posee nueve huevos imperiales y más de 200 objetos Fabergé que pertenecieron a la familia imperial.
  • El Museo Hillwood en Washington D.C., creado por la heredera Marjorie Merriweather Post, contiene una de las mayores colecciones de arte ruso imperial fuera de Rusia, incluyendo objetos Fabergé y retratos de los Romanov.
  • La Colección Real Británica incluye numerosos regalos intercambiados entre la familia real británica y los Romanov, dada su estrecha relación familiar.

Conclusiones: un tesoro disperso entre la historia y la leyenda

Más de un siglo después del fin de la dinastía Romanov, el destino de su inmensa fortuna sigue siendo uno de los grandes enigmas de la historia moderna. Como hemos visto, esta fortuna no corrió un único destino, sino que se fragmentó en múltiples direcciones:

  • Una parte fue confiscada por el estado soviético y se conserva actualmente en museos rusos.
  • Otra parte fue vendida por el gobierno soviético en los años 20 y 30 para obtener divisas extranjeras, dispersándose en colecciones públicas y privadas de todo el mundo.
  • Algunos componentes fueron sacados de Rusia por miembros de la familia imperial y aristócratas que consiguieron escapar durante la revolución.
  • Una porción significativa, especialmente el llamado «oro de Kolchak», desapareció en circunstancias misteriosas durante la Guerra Civil Rusa y podría seguir oculta en algún lugar de Siberia.
  • Los fondos depositados en bancos extranjeros fueron objeto de complejas disputas legales entre el gobierno soviético, los herederos de los Romanov y las instituciones financieras que los custodiaban.

La fascinación que sigue despertando este tema demuestra que va mucho más allá de una simple cuestión de riqueza material. La fortuna imperial de los zares representa un capítulo fascinante de la historia rusa, un símbolo del esplendor y la caída de una de las dinastías más poderosas de la historia.

Como señaló el historiador Robert K. Massie: «El tesoro de los Romanov no es solo una cuestión de oro y diamantes; es la cristalización material de tres siglos de historia rusa, el símbolo tangible de un imperio que, para bien o para mal, moldeó el destino de una sexta parte de la superficie terrestre«.

Quizás nunca lleguemos a conocer con exactitud el destino de cada rublo, cada diamante o cada lingote de oro que componía la fortuna imperial. Parte de ella seguirá alimentando leyendas, inspirando búsquedas de tesoros y generando debates históricos. Y tal vez sea precisamente ese misterio lo que mantiene viva la fascinación por la dinastía Romanov y su legendaria riqueza.

Referencias bibliográficas

Massie, R. K. (2000). Los Romanov: el capítulo final. Editorial Javier Vergara, Buenos Aires. [Traducción de «The Romanovs: The Final Chapter»]

Clarke, W. (1995). The Lost Fortune of the Tsars. St. Martin’s Press, Nueva York.

Zimin, I. (2011). Daily Life in the Russian Imperial Palace. Molodaya Gvardiya, Moscú. [No hay traducción oficial al español]

Volkov, S. (2010). San Petersburgo: Una historia cultural. Editorial Crítica, Barcelona.

Pipes, R. (2016). La Revolución Rusa. Editorial Debate, Madrid.

Figes, O. (2010). La Revolución Rusa (1891-1924): la tragedia de un pueblo. Edhasa, Barcelona.

Rappaport, H. (2008). The Last Days of the Romanovs: Tragedy at Ekaterinburg. St. Martin’s Press, Nueva York.

Kurth, P. (1995). Tsar: The Lost World of Nicholas and Alexandra. Little Brown & Co, Boston.

Montefiore, S. S. (2016). Los Románov (1613-1918). Editorial Crítica, Barcelona.

Perry, J. C. & Pleshakov, C. (2001). The Flight of the Romanovs: A Family Saga. Basic Books, Nueva York.

Maylunas, A. & Mironenko, S. (2005). A Lifelong Passion: Nicholas and Alexandra: Their Own Story. Phoenix Press, Londres.

Sutton, A. C. (1974). Wall Street and the Bolshevik Revolution. Arlington House, Nueva York.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio