Reinado del Terror: capítulo oscuro en la historia de la Revolución Francesa

Ejecución de María Antonieta el 16 de octubre de 1793.

El Reinado del Terror (en francés: la Terreur) constituye uno de los episodios más controvertidos y estudiados de la Revolución Francesa y, por extensión, de la historia política moderna. Este período, que se extendió oficialmente desde septiembre de 1793 hasta julio de 1794, representó la materialización más extrema de la violencia revolucionaria como instrumento político, estableciendo un precedente histórico que ha sido objeto de innumerables debates, análisis y reinterpretaciones.

La frase atribuida a Jacques Mallet du Pan, «la Revolución devora a sus propios hijos», encuentra su más clara expresión durante este convulso período, en el que miles de ciudadanos franceses, muchos de ellos revolucionarios de primera hora, perdieron la vida bajo la afilada hoja de la guillotina. El Terror, justificado por sus promotores como una necesidad temporal para salvaguardar la República amenazada, se convertiría paradójicamente en el símbolo de los excesos a los que puede conducir el idealismo revolucionario cuando se divorcia de las consideraciones humanitarias.

En las siguientes páginas, exploraremos los antecedentes históricos que propiciaron la instauración del Terror, los mecanismos institucionales y legales que lo hicieron posible, sus principales protagonistas —con especial atención a la figura de Maximilien Robespierre—, su impacto demográfico y social, y finalmente su abrupto final con el golpe de Termidor. Todo ello con el objetivo de ofrecer una visión equilibrada que, sin caer en juicios morales anacrónicos, permita comprender la complejidad de un fenómeno que continúa interpelándonos sobre los límites éticos de la acción política.

Contexto histórico: los caminos hacia el Terror

Para comprender el surgimiento del Reinado del Terror, resulta imprescindible analizar el contexto histórico en el que se gestó. La Revolución Francesa, iniciada en 1789, había experimentado una progresiva radicalización que respondía tanto a dinámicas internas como a presiones externas.

La crisis multidimensional de 1793

Para la primavera de 1793, la joven República Francesa se enfrentaba a una crisis sin precedentes en múltiples frentes:

  • Crisis militar: La Primera Coalición, formada por potencias europeas como Austria, Prusia, Gran Bretaña y España, amenazaba las fronteras francesas con la declarada intención de restaurar la monarquía.
  • Crisis interna: La insurrección contrarevolucionaria en La Vendée y otras regiones del oeste francés había estallado en marzo de 1793, creando un peligroso «segundo frente» que amenazaba con dividir el país.
  • Crisis económica: La inflación galopante, agravada por la política de asignados (papel moneda) y las malas cosechas, había provocado escasez de alimentos y un descontento creciente entre las clases populares urbanas.
  • Crisis política: El enfrentamiento entre girondinos y montañeses (jacobinos) había paralizado la Convención Nacional, mientras que el asesinato de Jean-Paul Marat por Charlotte Corday el 13 de julio exacerbó las tensiones y alimentó los temores de conspiraciones contrarrevolucionarias.

Las jornadas revolucionarias del 31 de mayo y 2 de junio

La crisis política culminó con las Jornadas del 31 de mayo y 2 de junio de 1793, cuando la presión popular, orquestada por la Comuna de París y los sectores más radicales, forzó la expulsión de los diputados girondinos de la Convención. Este golpe de facto contra la facción más moderada allanó el camino para el dominio de los montañeses (jacobinos) y la posterior instauración de medidas excepcionales.

La Constitución del Año I y su suspensión

En un aparente paradoja histórica, la Convención dominada por los montañeses redactó la Constitución del Año I (junio de 1793), considerada la más democrática de la época, que establecía el sufragio universal masculino y reconocía derechos sociales inéditos. Sin embargo, la misma Convención decidió suspender su aplicación «hasta la paz», argumentando que Francia necesitaba un gobierno revolucionario extraordinario para hacer frente a las amenazas existenciales que afrontaba.

El decreto del 10 de octubre de 1793 formalizó esta situación excepcional al establecer que «el gobierno de Francia es revolucionario hasta la paz», legitimando así un estado de emergencia permanente que serviría como marco legal para el Terror.

El asesinato de Marat: catalizador emocional

El asesinato de Jean-Paul Marat el 13 de julio de 1793 por Charlotte Corday, una simpatizante girondina, tuvo un impacto emocional considerable en el curso de los acontecimientos. Convertido inmediatamente en mártir de la Revolución, su muerte fue instrumentalizada para justificar la necesidad de medidas excepcionales contra los «enemigos del pueblo», categoría cada vez más amplia y ambigua.

La pintura de Jacques-Louis David, La Muerte de Marat, se convertiría en el icono visual de este martirologio revolucionario que legitimaba la violencia como respuesta necesaria contra los «traidores» a la causa republicana.

Como señaló el historiador François Furet: «La Revolución, amenazada desde el exterior e interior, desarrolló una concepción paranoica del complot contrarrevolucionario que servía para justificar cualquier medida excepcional en nombre de la salvación pública» (Furet, 1988).

El gobierno revolucionario: institucionalización del Terror

El Terror no fue un simple estallido espontáneo de violencia revolucionaria, sino un sistema institucionalizado con fundamentos legales, órganos ejecutivos y una compleja maquinaria administrativa. Esta institucionalización se articuló principalmente a través del Gobierno Revolucionario, una estructura de poder excepcional establecida para hacer frente a la crisis multifacética que amenazaba a la República.

El comité de Salvación Pública

El epicentro institucional del Terror fue el Comité de Salvación Pública, creado el 6 de abril de 1793 y reorganizado el 10 de julio del mismo año, cuando Maximilien Robespierre se incorporó a él. Este comité, compuesto por doce miembros renovables mensualmente (aunque en la práctica su composición se mantuvo relativamente estable), funcionaba como un auténtico poder ejecutivo colegiado con facultades extraordinarias:

  • Control efectivo de los ministerios y la administración.
  • Dirección de las operaciones militares y diplomáticas.
  • Supervisión de los representantes en misión enviados a los departamentos y ejércitos.
  • Proposición de decretos a la Convención Nacional, que generalmente los aprobaba sin debate.

Junto a Robespierre, figuras como Louis de Saint-JustGeorges CouthonLazare Carnot y Bertrand Barère desempeñaron papeles cruciales en este órgano, que combinaba la gestión cotidiana del Estado con la implementación de medidas terroristas contra los considerados enemigos de la Revolución.

El Comité de Seguridad General

Complementando al Comité de Salvación Pública, el Comité de Seguridad General se especializaba en funciones policiales y de seguridad interior:

  • Dirección de la policía política
  • Expedición de órdenes de arresto
  • Supervisión de los comités de vigilancia locales
  • Investigación de sospechosos de actividades contrarrevolucionarias

Las tensiones entre ambos comités, especialmente entre algunos de sus miembros como Vadier y Robespierre, contribuirían más tarde a la caída de este último en Termidor.

El Tribunal Revolucionario

Establecido el 10 de marzo de 1793 y reformado por la Ley del 22 Pradial (10 de junio de 1794), el Tribunal Revolucionario constituía el brazo judicial del Terror. Sus características principales, especialmente tras la Ley de Pradial, eran:

  • Procedimientos sumarios sin garantías procesales efectivas.
  • Limitación o ausencia del derecho de defensa.
  • Solo dos posibles veredictos: absolución o muerte.
  • Supresión de la fase de instrucción preliminar.

Presidido inicialmente por René-François Dumas, este tribunal condenó a muerte a miles de personas, incluyendo a la reina María Antonieta, los líderes girondinos, hebertistas, dantonistas y finalmente al propio Robespierre y sus seguidores.

Los Representantes en Misión

Para extender el Terror a las provincias, la Convención envió a los Representantes en Misión, diputados con poderes prácticamente ilimitados para:

  • Vigilar a los generales y asegurar la lealtad del ejército.
  • Purgar las administraciones locales de elementos sospechosos.
  • Implementar las leyes revolucionarias y requisar suministros.
  • Establecer tribunales revolucionarios locales.

Algunos representantes, como Jean-Baptiste Carrier en Nantes (responsable de los famosos «noyades» o ahogamientos masivos), Joseph Fouché y Jean-Marie Collot d’Herbois en Lyon, o Jean-Lambert Tallien en Burdeos, aplicaron el Terror con especial severidad, ocasionalmente excediendo incluso las directrices del gobierno central.

El marco legal del Terror

El Terror se apoyó en un corpus legislativo que progresivamente ampliaba la definición de «enemigo de la Revolución» y reducía las garantías judiciales:

  • Ley de Sospechosos (17 de septiembre de 1793): Establecía categorías extremadamente amplias y ambiguas de «sospechosos» sujetos a detención preventiva.
  • Ley del Máximo General (29 de septiembre de 1793): Fijaba precios máximos para bienes de primera necesidad, con penas severas para quienes los superaran.
  • Ley del 22 Pradial (10 de junio de 1794): Simplificaba radicalmente los procedimientos del Tribunal Revolucionario, eliminando prácticamente cualquier posibilidad de defensa efectiva.

Como apuntó el historiador Michel Vovelle: «El Terror no fue simplemente un episodio de violencia desordenada, sino un sistema político-legal complejo que pretendía racionalizar el uso de la violencia revolucionaria como instrumento de transformación social y defensa nacional» (Vovelle, 1992).

Las víctimas del Reinado del Terror: cifras y perfiles

El balance humano del Reinado del Terror ha sido objeto de numerosas revisiones historiográficas. Lejos de las cifras exageradas propuestas por la historiografía contrarrevolucionaria del siglo XIX, los estudios contemporáneos han establecido estimaciones más precisas, aunque todavía sujetas a debate.

Estadísticas de la represión

Según los trabajos de Donald Greer, Jean-Clément Martin y otros historiadores especializados, el Terror causó aproximadamente:

  • Entre 16.000 y 17.000 ejecuciones oficiales por sentencia del Tribunal Revolucionario de París y los tribunales provinciales.
  • Alrededor de 10.000 a 12.000 muertes sin juicio previo, principalmente en las zonas de guerra civil como La Vendée, Lyon y Toulon.
  • Unas 500.000 personas encarceladas como sospechosas en algún momento durante el período.

Estas cifras, siendo trágicas, deben contextualizarse: representan aproximadamente el 0,1% de la población francesa de la época (unos 28 millones de habitantes), un porcentaje significativamente menor que el de otras violencias políticas masivas del siglo XX.

Distribución geográfica

La intensidad del Terror varió considerablemente según las regiones:

  • París concentró un alto número de ejecuciones debido a la centralización del Tribunal Revolucionario, pero en términos relativos no fue la zona más afectada.
  • El Oeste (La Vendée, Bretaña, Anjou) sufrió la represión más severa, vinculada a la guerra civil contrarevolucionaria.
  • Lyon y Toulon, ciudades que se habían rebelado contra la Convención, experimentaron una represión particularmente brutal tras su reconquista.
  • Regiones fronterizas como Alsacia y el Norte fueron también duramente golpeadas debido a los temores de colaboración con las potencias extranjeras.

Perfil social de las víctimas

Contrariamente a la visión tradicional que presentaba el Terror como dirigido principalmente contra la aristocracia, los estudios demográficos modernos muestran un panorama más complejo:

  • Los nobles representaron aproximadamente el 8% de las víctimas, una proporción elevada considerando que constituían menos del 1,5% de la población.
  • El clero supuso alrededor del 6-7% de los ejecutados, principalmente aquellos que se negaron a jurar la Constitución Civil del Clero.
  • La burguesía (comerciantes, profesionales, funcionarios) constituyó aproximadamente el 25% de las víctimas, muchos de ellos vinculados a facciones políticas derrotadas como los girondinos.
  • El campesinado y las clases populares urbanas representaron sorprendentemente más del 60% de los ejecutados, principalmente en zonas de insurrección contrarrevolucionaria o acusados de especulación, acaparamiento o deserciones.
  • Esta distribución contradice la narrativa simplista que reduce el Terror a una venganza clasista contra las élites del Antiguo Régimen, revelando su naturaleza más compleja como instrumento de control político y social generalizado.
Obra de Pierre-Antoine Demachy, Fiesta del Ser Supremo en el Campo de Marte (20 año prairial II - 8 de junio de 1794), 1794, museo Carnavalet, París. Es la época del reinado del terror.
Obra de Pierre-Antoine Demachy, Fiesta del Ser Supremo en el Campo de Marte (20 año prairial II – 8 de junio de 1794), 1794, museo Carnavalet, París.

La guillotina: símbolo del Terror

La guillotina, inicialmente concebida como un instrumento humanitario para ejecutar la pena capital de manera rápida e indolora (en contraste con los suplicios del Antiguo Régimen), se convirtió rápidamente en el símbolo por excelencia del Terror. Diseñada por el doctor Joseph-Ignace Guillotin y perfeccionada por el cirujano Antoine Louis, esta máquina:

  • Ejecutó a aproximadamente 2.800 personas solo en París.
  • Se instaló inicialmente en la Plaza de la Revolución (actual Plaza de la Concordia).
  • Funcionaba con una eficiencia casi industrial, llegando a procesar hasta 60 condenados en un solo día.

Como señaló la historiadora Mona Ozouf: «La guillotina encarnaba la paradoja fundamental del Terror: un instrumento concebido en nombre de la humanidad y la igualdad que acabó simbolizando la deshumanización de la política revolucionaria» (Ozouf, 1989).

Robespierre y la Teoría del Terror Virtuoso

Ningún análisis del Reinado del Terror estaría completo sin examinar la figura y el pensamiento de Maximilien Robespierre (1758-1794), el político que más estrechamente se ha asociado con este período, hasta el punto de que algunos historiadores hablan del «Terror robespierrista».

El Incorruptible: trayectoria política

Abogado de provincia nacido en Arras, Robespierre experimentó una meteórica carrera política:

  • Elegido diputado del Tercer Estado en los Estados Generales de 1789.
  • Miembro destacado del Club de los Jacobinos.
  • Opositor a la guerra en 1792, contra la posición mayoritaria.
  • Arquitecto intelectual de la caída de los girondinos en junio de 1793.
  • Miembro del Comité de Salvación Pública desde julio de 1793 hasta su caída en julio de 1794.

Su sobrenombre, «El Incorruptible», reflejaba una integridad personal ampliamente reconocida incluso por sus adversarios, pero también una inflexibilidad ideológica que muchos llegaron a temer.

La justificación filosófica del Terror

La originalidad de Robespierre radica en haber elaborado una justificación teórica del Terror que va más allá de la simple necesidad práctica. En sus discursos, especialmente el crucial «Sobre los Principios de Moral Política» (5 de febrero de 1794), Robespierre articula una teoría del gobierno revolucionario donde:

  • El Terror se concibe como la aplicación de la virtud política a través de la fuerza.
  • La virtud (entendida en sentido rousseauniano como amor a la patria y a la igualdad) debe ser el principio rector del gobierno republicano.
  • En tiempos extraordinarios, la República debe defenderse con medios extraordinarios contra sus enemigos.
  • El Terror sin virtud es tiranía, pero la virtud sin Terror es impotente.

En sus propias palabras: «Si el resorte del gobierno popular en tiempos de paz es la virtud, el resorte del gobierno popular en revolución es a la vez la virtud y el terror: la virtud sin la cual el terror es funesto; el terror sin el cual la virtud es impotente.»

La Deriva hacia el Terror Religioso

La evolución del pensamiento de Robespierre culminó en la instauración del Culto al Ser Supremo, proclamado oficialmente el 7 de mayo de 1794 y celebrado en una fastuosa ceremonia el 8 de junio (20 Pradial). Este culto cívico-religioso:

  • Rechazaba tanto el ateísmo (asociado con los hebertistas) como el cristianismo tradicional.
  • Proponía una religión civil inspirada en Rousseau.
  • Pretendía fundamentar la moral republicana en principios trascendentes.

Esta iniciativa, junto con la intensificación del Terror mediante la Ley del 22 Pradial, contribuyó decisivamente a alienar a muchos revolucionarios, que veían en ella una deriva hacia un mesianismo político peligroso.

El debate historiográfico sobre Robespierre

La figura de Robespierre ha generado interpretaciones radicalmente opuestas:

  • Para la tradición contrarrevolucionaria (Burke, Taine), era un fanático sediento de sangre, prototipo del totalitarismo moderno.
  • Para la historiografía republicana y socialista (Mathiez, Lefebvre), representaba la integridad revolucionaria y la defensa de los principios democráticos en circunstancias extremas.
  • Para revisionistas como François Furet, encarnaba la deriva del idealismo revolucionario hacia el terrorismo ideológico.
  • Para interpretaciones más recientes (McPhee, Wahnich), representa la compleja encrucijada entre principios universalistas y métodos autoritarios que caracteriza a muchas revoluciones.

Como señaló Albert Soboul: «Robespierre sigue siendo una figura polémicamente actual porque encarna las contradicciones fundamentales de la política democrática: la tensión entre idealismo y pragmatismo, entre libertad y seguridad, entre los medios y los fines» (Soboul, 1974).

La caída de Robespierre y el fin del Terror

El Reinado del Terror culminó abruptamente con los acontecimientos del 9 Termidor (27 de julio de 1794), cuando una heterogénea coalición de diputados logró derrocar a Robespierre y sus aliados, poniendo fin a este turbulento período.

La conspiración de Termidor

Las causas inmediatas de la caída de Robespierre fueron complejas y multifactoriales:

  • Miedo generalizado: La Ley del 22 Pradial había creado un clima de terror incluso entre los diputados, muchos de los cuales temían ser las próximas víctimas.
  • Rivalidades personales: Tensiones crecientes entre Robespierre y figuras como Billaud-Varenne, Collot d’Herbois (del Comité de Salvación Pública) y Vadier (del Comité de Seguridad General).
  • Alianzas tácticas entre grupos anteriormente enfrentados: «termidorianos» (como Tallien y Barras), «indulgentes» (seguidores del ejecutado Danton) y miembros de la «Llanura» o «Pantano» (diputados moderados).
  • El enigmático discurso de Robespierre del 8 Termidor, donde amenazó veladamente con nuevas purgas sin nombrar a sus objetivos, precipitó la unión de sus adversarios.

El 9 Termidor: la jornada decisiva

Los acontecimientos del 9 Termidor se desarrollaron con dramática rapidez:

  • Robespierre fue impedido de hablar en la Convención mediante gritos e interrupciones sistemáticas.
  • Jean-Lambert Tallien y otros diputados lanzaron acusaciones directas contra él.
  • La Convención votó el arresto de Robespierre, Saint-Just, Couthon y otros robespierristas.
  • La Comuna de París intentó un levantamiento para liberarlos, pero fracasó ante la falta de apoyo popular.
  • Los robespierristas fueron ejecutados sin juicio al día siguiente, 10 Termidor (28 de julio de 1794).

En una cruel ironía histórica, Robespierre sufrió un disparo en la mandíbula (posiblemente un intento de suicidio) durante su captura, y fue guillotinado al día siguiente con la mandíbula colgando, incapaz de pronunciar sus últimas palabras.

La reacción termidoriana

Tras la caída de Robespierre, se inició el período conocido como Reacción Termidoriana, caracterizado por:

  • Desmantelamiento gradual del aparato del Terror.
  • Reorganización del Comité de Salvación Pública y limitación de sus poderes.
  • Liberación de miles de sospechosos encarcelados.
  • Persecución de los antiguos terroristas, especialmente aquellos asociados con las misiones en provincias.
  • Clausura del Club de los Jacobinos.
  • Ascenso social y político de una nueva élite especuladora y oportunista (la «jeunesse dorée»).

Sin embargo, la violencia política no desapareció, sino que cambió de signo: las «masacres blancas» en el sureste de Francia, dirigidas contra antiguos revolucionarios y adquirentes de bienes nacionales, constituyeron un «terror blanco» que anunciaba las futuras oscilaciones del péndulo político francés.

El Legado del Terror: interpretaciones y debates

El Reinado del Terror ha dejado una huella indeleble en la cultura política occidental, generando interpretaciones divergentes que reflejan tanto evoluciones historiográficas como posicionamientos ideológicos contemporáneos.

Escuelas historiográficas

Las principales tradiciones interpretativas sobre el Terror pueden resumirse en:

  • Interpretación contrarrevolucionaria (Edmund Burke, Hippolyte Taine): Ve el Terror como la consecuencia inevitable del racionalismo abstracto revolucionario, revelando la «verdadera naturaleza» destructiva de la Revolución.
  • Escuela republicana clásica (Alphonse Aulard): Considera el Terror como una desviación lamentable pero circunstancial de los ideales revolucionarios, explicable por el contexto de guerra y amenazas contrarrevolucionarias.
  • Escuela marxista/socialista (Albert Mathiez, Georges Lefebvre): Interpreta el Terror como una necesidad histórica en el contexto de la lucha de clases, destacando sus aspectos sociales progresistas.
  • Interpretación revisionista (François Furet, Simon Schama): Enfatiza la continuidad entre la ideología revolucionaria y la práctica terrorista, viendo en el Terror las semillas del totalitarismo moderno.
  • Nuevas perspectivas (Sophie Wahnich, David Andress): Ofrecen lecturas más complejas que analizan el Terror como una «economía moral de la violencia» o lo contextualizan en la cultura política de la época.

El Terror y la modernidad política

Más allá de los debates historiográficos, el Terror plantea cuestiones fundamentales sobre la modernidad política:

  • La tensión entre medios y fines en la política revolucionaria.
  • Los límites morales de la acción política en situaciones excepcionales.
  • La relación problemática entre soberanía popular y derechos individuales.
  • El peligro de las ideologías que sacrifican el presente por un futuro utópico.

Como señaló Hannah Arendt: «El Terror revolucionario francés estableció un precedente ambiguo para la política moderna: la justificación de la violencia en nombre de la libertad, una paradoja que ha perseguido a los movimientos revolucionarios desde entonces» (Arendt, 1963).

Relevancia contemporánea

El estudio del Terror mantiene una sorprendente actualidad en un mundo que continúa enfrentando dilemas similares:

  • Los debates sobre seguridad nacional versus libertades civiles en contextos de amenaza terrorista.
  • Las justificaciones de «estados de excepción» en democracias liberales.
  • La tentación de soluciones autoritarias frente a crisis políticas, económicas o sanitarias.
  • La demonización del adversario político como estrategia discursiva.

En palabras del historiador Timothy Tackett: «El Terror nos sigue interpelando porque plantea preguntas fundamentales sobre la democracia que aún no hemos resuelto: ¿cómo puede un sistema político protegerse de sus enemigos sin traicionar sus propios principios?» (Tackett, 2015).

Conclusión: las lecciones ambiguas del Terror

El Reinado del Terror constituye uno de esos momentos históricos que resisten interpretaciones unívocas. No fue simplemente un arrebato irracional de violencia revolucionaria, ni una respuesta proporcionada a las amenazas que enfrentaba la República. Fue, más bien, un complejo fenómeno político donde se entrelazaron circunstancias excepcionales, ideologías radicales, ambiciones personales y dinámicas institucionales que escaparon al control de sus propios instigadores.

Las palabras proféticas de Georges Jacques Danton, pronunciadas poco antes de su propia ejecución —»La Revolución es como Saturno, devora a sus propios hijos»— capturan la trágica dinámica autodestructiva que caracterizó este período. El Terror, concebido como instrumento para salvar la República, acabó socavando los principios fundamentales que esta pretendía encarnar, generando una reacción que abriría el camino hacia el Directorio, el Consulado y finalmente el Imperio napoleónico.

Para los estudiantes de historia, el Reinado del Terror ofrece una lección fundamental sobre la fragilidad de las conquistas democráticas y los peligros inherentes a la absolutización de cualquier ideal político. Como escribió Albert Camus en El Hombre Rebelde: «La virtud no puede separarse de la realidad sin convertirse en principio del mal. No puede tampoco identificarse absolutamente con la realidad sin negarse a sí misma».

La historia del Terror nos recuerda que la política, incluso aquella inspirada por los más nobles ideales, debe mantener siempre un sentido de los límites morales y una conciencia de la falibilidad humana. Quizás su legado más valioso sea precisamente advertirnos sobre los peligros de la certeza absoluta en política y la necesidad de un equilibrio constante entre principios e pragmatismo, entre idealismo y humildad intelectual.

Referencias bibliográficas

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